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2.05.2013

SCIOLI, EL "PRESIDENCIABLE", Y EL ARTE DE RESPONDER SIN DEFINIR [UN ANALISIS DE SU DISCURSO]

Por Eliseo Verón




Lo que sigue ya lo he relatado en alguno de mis libros, pero me permito recordarlo aquí de manera sintética, porque tiene que ver con el tema de esta nota y resurgió instantáneamente en mi memoria cuando me puse a escribirla. París, Mayo de 1981. Asisto a reuniones en la sede del Partido Socialista, donde se discute con qué estrategia el candidato François Mitterrand deberá enfrentar a su adversario Valéry Giscard d’Estaing (presidente en ejercicio que busca su reelección) en el debate cara a cara que tendrá lugar antes de la segunda vuelta de la elección presidencial. Algunos de los participantes en esas reuniones hemos estado visionando, una y otra vez, la grabación del debate de 1974 entre los mismos dos candidatos, debate del que Giscard había resultado claro ganador, según los medios y la opinión pública de aquel entonces. La táctica giscardiana consistente en hacer preguntas-trampa, destinadas a mostrar que su adversario es incapaz de responderlas, había funcionado, en 1974, a la perfección: Mitterrand había buscado ingenuamente, cada vez, una respuesta. 

Principio básico para el inminente debate de 1981: Mitterrand no deberá, bajo ningún concepto, responder las preguntas que le haga Giscard.

Después, se puede discutir cómo tiene que reaccionar en cada caso (por ejemplo, poniendo en duda la legitimidad de su adversario para hacer la pregunta). Esa regla táctica fue sin duda una de las que salvaron a Mitterrand durante aquel debate de 1981; hizo posible el memorable “¡Yo no soy su alumno!”, ante una pregunta “pedagógica” de Giscard. En fin, la historia termina bien: Mitterrand fue 14 años presidente de Francia.

Me disculpo por ese feedback y vuelvo al aquí y ahora de nuestro país. Daniel Scioli tiene precisamente la reputación de no contestar las preguntas directas que se le hacen en público. ¿Cómo reacciona entonces Scioli ante una pregunta directa? ¿Se hace el sordo, mira para otro lado, se escabulle con algún comentario general sobre otro tema? Intentemos fijar, antes que nada y sin ninguna pretensión de exhaustividad, algunos hechos de discurso: se puede hacer muchas cosas con una pregunta directa. Vaya un ejemplo reciente: entrevista radial del de Enero de este año.
Periodista: ¿Usted es kirchnerista?
Scioli: Yo soy peronista, lo he dicho siempre. El peronismo es dinámico, con ciclos, corrientes.
La respuesta de Scioli tiene muchos implícitos pero son implícitos perfectamente normales desde el punto de vista de la semántica de la lengua. Los resumo así: 
Mi identidad política se define en un nivel más abstracto que el nivel en que se ubica su pregunta. La clase ‘los peronistas’ tiene subclases históricas: ‘los kirchneristas’, ‘los menemistas’, ‘los disidentes’, etc. Yo no me identifico con corrientes ni con ciclos (sobreentendido: ‘peronista’ es una categoría más estable, de más largo plazo). En este caso, la condición para producir el efecto buscado de cambio de nivel era, sin ninguna duda, no contestar ni sí ni no a la pregunta tal como había sido formulada.
Junio de 2012. La pregunta directa fue si se veía candidato presidencial en 2015. 
Scioli: “Soy un humilde trabajador de la política que hoy tiene la gran responsabilidad de gobernar Buenos Aires. No voy a cometer el error de hablar de aspiraciones futuras, cuando la gente me reeligió hace cinco meses”. Clarísimo: la pregunta está fuera de lugar y sería un error tratar de contestarla.
Enero de 2013. El siguiente intercambio merece una atención particular.
Periodista: ¿Cómo se lleva con Alicia Kirchner?
Scioli: Muy bien, siempre tuvimos mucho respeto.
Periodista: ¿Es una buena candidata para la provincia de Buenos Aires en 2013?
Scioli: Ella hace un trabajo silencioso, eficaz, sobrio, y tiene una gran experiencia. Con la Presidenta, cuando llegue el momento, hablaremos de la elección, de las listas.
Periodista: ¿Por qué evade las respuestas?
Scioli: Te estoy contestando todo (…) decime qué pregunta me hiciste que yo no te respondí, decime una.
Periodista: La última, por ejemplo, ¿Alicia es una buena candidata para la provincia?
Scioli: Si todavía la Presidenta o ella no lo han definido, cómo voy a planificar sobre eso. Yo te estoy hablando de los atributos de Alicia.
Periodista: ¿Tiene atributos para ser candidata?
Scioli: Te estoy diciendo cosas más importantes de Alicia que la simplicidad de una candidatura.
La metodología de Scioli no parece consistir simplemente en evitar responder las preguntas directas; lo que hace de manera sistemática es evaluar la pregunta –en la mayoría de los casos de manera implícita– calificándola: como prematura, como fuera de lugar, como planteada en un nivel que no corresponde, como necesitando una reformulación, etc. Práctica que puede considerarse totalmente normal en un responsable político de primera línea.

Pero claro, a lo largo de sus múltiples intervenciones, Scioli está haciendo también otra cosa: está construyendo un espacio-tiempo político propio, un ámbito que él busca definir como estable: peronista siempre. Ese ámbito trasciende los incidentes menores de la coyuntura, asociados por lo general a motivaciones y ambiciones personales:
“Yo no tomo decisiones a nivel personal." 
En ese espacio-tiempo, Daniel Scioli tiene sus reglas de conducta. Está focalizado en el presente de su trabajo y sus responsabilidades. 
“Tengo la energía puesta en la gestión, no en cuestiones electorales” 
No confronta. 
“La pelea entre los dirigentes no le soluciona los problemas a la gente. Yo hablo con quien tengo que hablar y no confronto”
“Yo este año no necesité andar peleándome, confrontando, comentando declaraciones de otros; yo me peleo con los que me tengo que pelear, con las organizaciones del narcotráfico, con las injusticias”
No opina sobre temas respecto de los cuales los responsables directamente involucrados no han tomado las decisiones que corresponde. 
“Si todavía la Presidenta o ella no lo han definido, cómo voy a planificar sobre eso”
No sigue los múltiples rumores que circulan sobre los aspectos más diversos de la situación política ni tampoco las declaraciones de tal o cual funcionario. 
“No puedo andar corriendo detrás de los rumores o haciéndome eco de cada especulación electoral. Soy respetuoso de la democracia, de las opiniones de todos, así que hago mi trabajo y punto”
Y cuando hay un problema de fondo, habla directamente con Cristina: así de simple.

Veamos dos ejemplos referidos directamente a Cristina. Entrevista en el programa El oro y el moro, conducido por Eduardo Feinmann:
Feinmann: ¿Le gustaría que ella sea candidata a presidente?
Scioli: Yo lo dije en el día de ayer cuando me lo han preguntado que, a partir de la facultad constitucional, a partir del trabajo que está haciendo, hay un gran consenso y respaldo para que pueda continuar al frente del Gobierno Nacional. Obviamente, son decisiones que forman parte de su reflexión, de su análisis, de su decisión.
Scioli da una respuesta institucional ignorando la dimensión subjetiva del “le gustaría” (recordar la frase ya citada: “Yo no tomo decisiones a nivel personal”).
Pregunta: supuesto malestar de la Casa Rosada ante su reticencia a apoyar la reelección de Cristina. Rotundo “no” de Scioli.
Scioli: “Nunca escuché eso, jamás. Todo lo contrario. Cuando pasan estas cosas, hablo con ella. Yo, cuando hay algo de esto, lo que hago es hablar con la Presidenta. Yo no soy ni obsecuente, ni ando todo el tiempo diciendo necesito que me digas qué querés”.
En este dispositivo, la relación directa con Cristina es un elemento central. El efecto es que la Presidenta aparece siempre involucrada en las propias decisiones del gobernador. 
“Con la Presidenta, cuando llegue el momento, hablaremos de la elección…”; 
“Hablé con la Presidenta y vamos a trabajar codo a codo con el Gobierno nacional”; 
“Yo me guío por lo que hablo con la Presidenta, no puedo andar guiándome por lo que dicen otros funcionarios”. 
Enero de 2011: la pregunta directa fue si estaba al tanto del rumor de su candidatura, en el caso de que Cristina Kirchner no se presentara para pelear por su reelección. 
Scioli: “Sí, pero estoy haciendo mi trabajo como gobernador, y ésta es la realidad. Después vendrán los tiempos electorales. Yo formo parte, como lo he dicho en varias oportunidades, de un equipo de trabajo, de un trabajo que estamos llevando adelante con la Presidenta…”. 
A propósito de Mariotto: 
“… él está yendo a distintos municipios con una gran disposición a ayudarme, de honrar esta confianza que hemos depositado en él con la Presidenta para llevar adelante esta responsabilidad institucional”. 
Una Pregunta directa: ¿“A usted le molesta esa candidatura [la de Martín Sabbatella]?
Scioli: “Repito: creo en mi trabajo y confío en la gente. La gente puede tener la tranquilidad de que Cristina y Scioli, ese equipo que viene desde 2003 hasta ahora, tienen la posibilidad de seguir adelante”. 
La metáfora conyugal es explícita: “Tengo diferencias con Cristina y me llevo bárbaro; tengo diferencias con Karina [su esposa] y hace treinta años que la conozco”. 

Más allá de la metáfora, un principio: las diferencias son una dimensión natural del vínculo entre las personas que trabajan en un mismo proyecto político. ¿Y el vínculo con la oposición? Véase su comentario con motivo de una reunión pública mantenida con Mauricio Macri: 
“Uno puede estar en un proyecto político, pero hay un tema de interés de la gente y es mi forma de trabajar: hablar con las personas que tienen representatividad institucional para encarar soluciones en conjunto de temas como la basura”.
Si consideramos globalmente los elementos de esta configuración discursiva, no cabe duda de que el perfil público que está construyendo Daniel Scioli es, en sentido estricto, excepcional, único: ningún otro funcionario del Gobierno tiene semejante posicionamiento. Evaluar su eficacia con respecto a qué objetivos es otra historia. Claro que nada impide especular al respecto, con los consiguientes riesgos.

La distinción, comentada más arriba, entre un espacio-tiempo político estable y trascendente por un lado, y el flujo de los incidentes cotidianos de la coyuntura por otro lado, es una disociación fuerte y resulta extremadamente útil: le otorga a este dispositivo de Scioli una capacidad de absorción de los ataques casi infinita, una suerte de inmunidad que es sin duda el factor más irritante para el kirchnerismo. 
"De aquí nadie me mueve es, en cierto modo, el mensaje de Scioli; sacarme del camino exigirá un cuestionamiento directo, explícito y global, que sólo será legítimo si viene directamente de la propia Presidenta." 
Que sea global, es decir que cuestione esa posición genérica del eterno peronista imperturbable, es un aspecto decisivo: las críticas sobre tal o cual problema particular, por duras que parezcan y aunque vengan de la propia Presidenta, son absorbidas como parte de las “diferencias” que existen siempre entre los que llevan adelante un proyecto político común. En el panorama actual del oficialismo no se ve, por el momento al menos, ningún factor que pueda inducir a la Presidenta a considerar necesario (o conveniente) semejante enfrentamiento.

En términos de una eventual candidatura presidencial, el dispositivo que estamos comentando no deja de plantear algunos problemas serios. Si como mecanismo de posicionamiento frente a las múltiples internas del oficialismo ha resultado hasta ahora notablemente eficaz, no tiene en cambio ningún atractivo en el contexto de una elección presidencial.

La percepción negativa de la Táctica de Scioli ya existe, dentro y fuera del kirchnerismo, y puede fácilmente amplificarse: oportunista, está siempre con el oficialismo, antes fue menemista y ahora es cristinista, se traga todos los sapos, etcétera. Y aun en el caso de una lectura no necesariamente negativa de esa Táctica (como es mi caso), hay una gran distancia entre ese dispositivo de esponja, que absorbe desplazando sobre el otro la decisión de una ruptura, y el perfil de un candidato presidencial.

Se me dirá que en la Argentina todo es posible. Concedido. Es verdad que Cristina nunca ha desmentido la existencia de esas conversaciones con Scioli. Vaya uno a saber. Tal vez baste que, llegado el momento, Scioli hable con la Presidenta para que el tema de la candidatura de 2015 quede definitivamente resuelto...


Diseño & Diagramación: Pachakamakin

2.04.2013

EL AJEDREZ, ¿UNA DISCIPLINA MATEMATICA?


Por Mauricio Durán Toro

Una mañana de domingo hace tal vez dos años (recuerdo, me hallaba absorto, dubitativo, meditabundo, ante los posibles ires y venires de mis trebejos). Sólo la brisa interrumpía con su susurro, el silencio imperante en nuestro club de Ajedrez. De repente, a lo lejos de nuestro mundo escaqueado en el que se debatían, lo blanco y lo negro, el bien y el mal, el ying y el yang… una voz, que a fuerza de insistir nos retornó a todos, de golpe, a este mundo. Se trataba de una mujer a quien, curioseando entre las diferentes partidas le surgió una impresión, la cual, nos plantó con sendo halago: 

“…oigan, ustedes deben ser buenos para las matemáticas, ¿cierto?... “.
La mayoría de los súbditos del reino de Caissa solo atinaron responder a la simpática neófita, con una apurada sonrisa, sin siquiera apartar los ojos de sus caminos adosados de blanco y negro. Por mi parte, tal vez por la premura de entregarme nuevamente a las cavilaciones de la vasta ciencia ajedrecística, respondí (ahora diría que casi de forma intuitiva, sacando a colación las palabras o al menos la idea recientemente leída al tenor de la relación entre el Ajedrez y las Matemáticas) en la Enciclopedia de Harry Golombek:
“…No necesariamente; pocos ajedrecistas destacados han sido, a su vez, destacados matemáticos…”. Y así, ¡Zas!, de un zarpazo, pretendí finiquitar una cuestión que de momento me figuré pueril.
Unas semanas más tarde, surcando el océano informático, me topé con un foro ajedrecístico que discutía (¡Deja vu!) una cuestión similar: ¿Está el Ajedrez relacionado con las Matemáticas? Las opiniones obviamente eran variopintas: algunos esgrimían razones, generalmente apasionadas, para aseverar dicha relación; diametralmente opuestos había quienes acusaban al Ajedrez de ser sólo un juego y nada más, no podía algo tan superfluo (en opinión de aquellos proscriptos de Caissa) guardar relación con la circunspecta Matemática… Esta vez no me permití exponer, nuevamente, mi trivial argumento. No, la venerable Ciencia ajedrecística merecía de mi parte, una reflexión más profunda y documentada.
“Podemos esperar que las máquinas competirán eventualmente con los hombres en todos los campos puramente intelectuales. Pero ¿Cuáles son los mejores para empezar? Incluso esto es una decisión difícil. Mucha gente piensa que una actividad muy abstracta como jugar Ajedrez, sería la mejor…” Alan Mathison Touring (1912-1954) Matemático británico,autor de la base Teórica Matemática de las Máquinas de Datos
Sin embargo, todas mis horas de investigación en la red resultaron estériles. Los textos o artículos que encontraba bajo la clave “ajedrez+matemáticas” se referían a pasatiempos como el consabido cuento de Sisa y los granos de trigo o las formas simétricas dibujadas por los diferentes caminos del Caballo, entre otras. ¿Esa era toda la relación que guardaba el Ajedrez con las Matemáticas? ¿Únicamente un puñado de adivinanzas para niños? Cansado, un poco abatido, me dejé caer entonces, lentamente cuan largo soy, sobre la poltrona de mi estudio. 

Los recovecos de mi subconsciente me condujeron, como al Coronel Aureliano Buendía, a aquella tarde en que mi padre me llevo a conocer… el Ajedrez. Tenía cinco años, recuerdo, mi hermano seis. Caminábamos apurando nuestros pequeños pasos para acompasarlos con las zancadas de nuestro padre, quien nos encaminaba prestamente al supermercado del barrio. Una vez allí, se dirigió con paso firme hasta la sección de juguetes y tomó, sonriendo con satisfacción, una caja blanca, la cual, tenía dibujados unos cuadros amarillos, otros cafés y unas figuras elegantes entre las que se me destacaba la de medio Caballo encrespado. Tintineando con la caja y sonriendo, mi padre se acurrucó a nuestra altura anunciándonos con camaradería: 
“Esta tarde les voy a enseñar a jugar Ajedrez”. 
Hoy día no puedo recordar con tal exactitud el día de mi primer beso, o el de mi grado de bachiller, o el de ingeniero, pero el recuerdo de ese Rito de Iniciación al Ajedrez, esta asociado inclusive, a los colores arrebolados de aquella tarde y al olor a papel nuevo de la modesta pero atesorada caja de trebejos. ¿Qué particularidad de aquel acontecimiento produjo en mi esa impronta feliz e indeleble? Medito… y creo hallar la respuesta en la fascinación producida por aquel conjunto de piezas que, en mi imaginación infantil me transportaban a un universo medieval poblado de Caballeros, Reyes, Damas, Magos y Dragones. 

Al despertar de mi solaz letargo, levantándome con una lucidez renovada, me dirigí al estante de libros para hurgar, despreocupadamente, entre textos de Matemáticas y realizar alguna lectura sin mayores pretensiones. Cayó entre mis manos el tomo de Matemáticas de la Nueva Enciclopedia Temática Planeta (Edición 1991) y en la introducción hecha por el Licenciado Javier Sánchez Almazán encontré este aparte: 
“Antiguamente, las Matemáticas se definían como la Ciencia que se dedica al estudio de la Cantidad y el Espacio. Esta definición no resulta adecuada en la actualidad, puesto que en el Siglo XIX surgieron nuevas ramas, como la Teoría de Conjuntos y la Geometría Abstracta, que no tratan de Cantidad ni Espacio físico alguno. Hoy, lo esencial de las Matemáticas no es lo que estudian, sino más bien el Método que emplean. En este sentido, constituyen una vasta Ciencia que abarca varias ramas y cuyos fundamentos se hallan en los principios de la Lógica…”.
Cerré el libro, manteniendo mi índice incrustado en aquella providencial revelación, llevándolo lentamente a mi regazo, elevando la vista hacia ninguna parte, como se hace cuando comenzamos a discurrir por los sinuosos caminos del entendimiento, ejecutando el lento vaivén afirmativo de la cabeza y la parsimoniosa sonrisa, de quien, recién comienza a comprender un antiguo arcano.

Lo vi claramente entonces… La cuestión ‘relación Matemáticas-Ajedrez’, ha sido incomprendida al concebir las Matemáticas como una ‘Ciencia que estudia la Cantidad y el Espacio’; al no versar el Ajedrez sobre ninguno de estos dos conceptos en particular, los detractores de la ‘relación’ pueden argumentar que el estudio del Ajedrez nada aporta al conocimiento del Espacio o la Cantidad. A su vez, quienes han pretendido contribuir a favor del Tema, se han limitado a referenciar o inventar entretenimientos sobre cantidades, como la Leyenda de Sisa y los granos de trigo, o sobre Espacio, como los recorridos del Caballo. Pero ahora, a la luz de los noveles predicados para definir las Matemáticas, ¿Qué nuevos argumentos podemos aportar a favor de la debatida cuestión?

“No se puede negar, por ejemplo, que el Ajedrez es Matemática en un cierto sentido” Charles Sanders Peirce (1839 – 1914) Matemático y filósofo estadounidense, fundador de la Semiótica.
Reflexionemos entonces sobre la sentencia expuesta por el Lic. Sánchez Almazán en su nueva definición de las Matemáticas: ‘lo esencial de las Matemáticas no es lo que estudian, sino más bien el Método que emplean’, ¿En qué consiste dicho método?, ¿Podemos usar los ajedrecistas ‘el Método Matemático’ para abordar nuestro conocimiento?. 


El Método Matemático se caracteriza (El mundo de las matemáticas, 
Enciclopedia Sigma, Tomo 5, págs. 220–237, artículo El modo matemático de pensar por Hermann Weyl) por:

1. La Abstracción, es decir, asumimos el fenómeno a estudiar en forma ideal, independientemente de sus particularidades materiales, de este modo, las conclusiones obtenidas serán de carácter general. Por ejemplo, cuando los ‘matemáticos’ sumerios (de una antigua región de Mesopotamia), tal vez contando sus rebaños descubrieron el número, pronto comprendieron que estos podrían representar también, cantidades de semillas, personas, estrellas, etc. El Ajedrez por su parte es esencialmente abstracto, si bien poseemos y manipulamos tableros y piezas físicas, lo hacemos por motivos básicamente mnemotécnicos, aún sin ellas podríamos jugar partidas, estudiar posiciones, etc. con la sola intervención de nuestra mente, a esto comúnmente lo llamamos ‘Ajedrez a la ciega’. Así las cosas, cuando un Maestro realiza un estudio casero de una Apertura, sus conclusiones serán válidas para el Ajedrez en general, no sólo para el conjunto de piezas utilizadas en sus análisis.

2. La Simbolización, esta hace más eficiente la Transmisión de Información al designar una idea de cierta extensión, por un Símbolo particular. Por ejemplo, en Aritmética no solemos utilizar expresiones como ‘a una cantidad tal agregamos la cantidad tal’, para expresar esta idea los matemáticos inventaron hace miles de años los Números y el Símbolo (+). En Ajedrez, hace cientos de años empleamos una Simbología propia para comunicar nuestro conocimiento, inclusive para identificar una posición determinada no es necesario graficar el tablero y las piezas respectivas, para ello existe la Notación FEN. 


Por ejemplo, la siguiente posición perteneciente a la partida Magem–Franco, León 1990.





Simbólicamente, puede escribirse  así:

2a4t/1p1p1prp/3C1p2/p1p5/8/8/PPP2PPP/2R1T3 w

El tablero se describe de arriba para abajo y de izquierda a derecha, los números indican las casillas vacías, las barras separan las filas, las minúsculas indican las piezas negras y las mayúsculas las blancas. La letra al final indica qué piezas tienen el turno de mover, en este caso las negras. Ahora, si además de expresar que las negras juegan, deseamos indicar que ganan, la expresión adquiere la apariencia típica de una ecuación:

2a4t/1p1p1prp/3C1p2/p1p5/8/8/PPP2PPP/2R1T3 w = 1

Acto seguido podemos demostrar esta ecuación, usando otro lenguaje simbólico mayormente conocido por los ajedrecistas, la Notación Algebraica:

1. Te8 TxT 2. CxT+ Rg6 3. Cd6 +–
La última característica del Método Matemático es:

3. Axiomatización. Consiste en plantear un reducido cuerpo de proposiciones (Axiomas) que, se asumen como verdaderas sin necesidad de demostración. A partir de las anteriores se deducen las demás proposiciones (Teoremas), mediante procedimientos ajustados a la Lógica. Axiomas y Teoremas describen conjuntamente el comportamiento del fenómeno en estudio.

Ejemplo de Axiomas son los siguientes, correspondientes al campo de la Geometría Plana (solamente son algunos): 1. Toda línea es un conjunto de puntos. 2. Si p y q son puntos, entonces existe una y sólo una línea que contiene a p y q. Ejemplo de Teorema sería, 1. Todo punto se encuentra al menos sobre dos líneas distintas.

En Ajedrez, el cuerpo axiomático está constituido por las reglas relativas al movimiento de las piezas, a partir de las cuales se construye, siguiendo razonamientos lógicos, todo el conocimiento ajedrecístico: Teoría de Aperturas (principios de desarrollo, centralización, etc.), Principios de Steinitz, Técnica de Finales, etc.
“El juego matemático se desarrolla en silencio, sin palabras, como el Ajedrez. Sólo las Reglas tienen que explicarse y comunicarse con palabras” Hermann Weyl (1885 – 1955) Matemático alemán que realizó, entre otras, notables contribuciones a la Teoría de la Relatividad.

De todo lo anterior podemos concluir que, el Ajedrez es una disciplina matemática, por cuanto el proceso de razonamiento ajedrecístico se alinea al Método Matemático (Abstracción, Simbolización, Axiomas–Teoremas). Cada partida desarrollada por la humanidad hasta nuestros días, cada partida que tenga lugar, ha sido y será, un intento por demostrar mediante Algoritmos lógico–matemáticos, basados estos en un particular cuerpo de axiomas y teoremas, la siguiente conjetura:




rnbqkbnr/pppppppp/8/8/8/8/PPPPPPPP/RNBQKBNR w = 1
¿Ganan blancas?

Queda entonces resuelta la inquietud de aquella dama, que osó irrumpir de forma abrupta nuestro nirvana ajedrecístico, la tarde de un verano perdido en mi memoria.... mmmm, aunque ahora pensándolo mejor, la respuesta era más simple: 
"Señora no podría asegurarle que seamos buenos matemáticos, pues honradamente no podría decirle si somos buenos ajedrecistas :-)!"


Arte: Stockholm, towards the chessboard, by Edaswong 
Diseño & Diagramación: Pachakamakin

BECK CONTRA LOS CONEJOS DE DAVID LYNCH





Escuché una canción de REM y casi vomito. Me gusta REM, el problema es otro. Alguien publicó en Internet versiones idénticas de temas muy conocidos en una escala menor, reconvirtiéndolos antes a una escala mayor. La melodía cambia poco, pero algo serio se convierte en algo alegre y los efectos son perturbadores. En mi caso, se le agregaron náuseas y mareos. No pude seguir escuchando.

No es novedad que la música produce efectos físicos y químicos en el cerebro. Nos pasa a todos un poco y a quienes sufren de sinestesia les pasa demasiado. Ya en 1937 el neurólogo inglés Macdonald Critchley había notado que determinadas canciones –todas distintas, dependiendo del paciente– podían causar ataques de epilepsia. Aunque los casos de epilepsia musicogénica son raros, la reacción inicial, no tanto; hay bastante gente que describe síntomas similares a los míos. Todos ellos, dice Critchley, dejan de escuchar para prevenir el episodio epiléptico. No me voy a arriesgar a las convulsiones para comprobarlo.

Lo sorprendente en este caso es que mi rechazo físico parece tener una base cultural. ¿Me pasaría lo mismo si no conociera la canción original? Sospecho que no. Lo que me enferma parece ser la yuxtaposición forzada de una realidad angustiante conocida y un estado emocional “alegre”. Como si a alguien que llora le pusieran de fondo risas grabadas, como los conejos de David Lynch, como lo que pasa en la Argentina.

Poca gente lo sabe, pero en su juventud Frank Zappa compuso mucha música que nadie escuchó nunca. Empezó a componer a los 12 años, porque le gustaban los dibujitos y le salían bien. Como no conocía ningún músico, pensó que eso hacía todo el mundo: primero dibujar hasta que te guste cómo queda y después dárselo a un músico para que lo toque. Zappa no podía leer lo que escribía, pero dibujaba partituras lindísimas. Cuando, años después, escuchó sus partituras tocadas por un músico, casi se muere: 

“Fue el shock de mi vida”, cuenta Zappa. “No sonaba en absoluto como yo me había imaginado. No me quedó más remedio que empezar a ver cómo funcionaba un sistema que evidentemente no entendía.”
La historia de Zappa es disparatada, pero no tanto para quienes aprendimos a leer música ya siendo adultos y conservamos fresco el recuerdo de cuando esos símbolos nos resultaban incomprensibles. Hace poco me compré el nuevo disco de Beck, que no existe, y lo estoy disfrutando como si a Zappa le hubieran salido bien sus partituras infantiles. Se llama Song Reader y está compuesto únicamente por partituras de las veinte canciones que normalmente habríamos consumido en forma de disco.

No hay forma de saber cómo son las canciones sin sentarse a tocarlas, salvo que uno busque en Internet versiones tocadas por otros, pero eso sería hacer trampa; la gracia está en maniobrar la notación musical –un sistema de por sí limitado, y más si uno no sabe leer muy bien ni muy rápido– para acceder a la música de otro escuchándose a sí mismo. Este procedimiento, común en la música clásica y el único disponible hasta hace un siglo y medio, resulta revelador aplicado al pop de nuestra generación. Te cambia la vida, al menos por un rato y tal vez para siempre.

En la introducción a Song Reader, Beck recomienda: 
“No sientan que deben ser fieles a la partitura. Usen cualquier instrumento. Cambien los acordes o las melodías. Conserven sólo la letra si hace falta. Toquen solos o con sus amigos; rápido o lento, en el ritmo que prefieran”. 
No hay moraleja en Song Reader, pero sí la exigencia de entregarse a una progresión necesaria: la de aprender y estudiar para poder ser libres y entender a los demás.

Mis columnas del domingo suelen ocuparse de la situación cultural en la Argentina. No voy a arruinar la de hoy hablando de Luis D’Elía, que esta semana negó la existencia del castellano. Siguiendo el ejemplo de Beck, confío en que cada uno sabrá interpretarla de alguna manera interesante.




Arte: Free Vector
Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin

1.28.2013

LOS PODERES DEL CHAMAN [2/7]

Por Francisco Trujillo









LOS RECINTOS INTERIORES

Cuando llegamos a nuestro destino, la noche había caído completamente; no había luna, de tal manera que reinaba la oscuridad. Descendimos del camión al parecer en ninguna parte; nos despedimos del par de hermanos y permanecimos todavía un rato en el mismo lugar organizando nuestras cosas bajo la luz de la lámpara eléctrica, mientras los faros del camión se alejaban lentamente hasta desaparecer.
-¡Síganme! -dijo Antonio- Tengan cuidado, no se vayan a resbalar.
Bajamos por una pendiente de tierra no muy pronunciada pero resbaladiza, atravesamos algunos matorrales y, por fin, después de un rato de caminar, pudimos ver a lo lejos o tres bombillas eléctricas encendidas, lo que indicaba la ubicación de un pequeño poblado, hacia el cual encaminamos nuestros pasos. El cielo casi no tenía nubes y estaba completamente estrellado; se admiraba a la perfección la Vía Láctea surcando majestuosa el cielo; la temperatura era templada y el perfume de la vegetación denso y embriagante.

Llegamos a la calle principal, la cual subía y bajaba en un trazado irregular por entre casa de adobe desnudo y techumbre de teja; una jauría invisible nos ladraba con insistencia, pero ningún ser humano apareció. Torcimos algunas veces por aquel camino hasta que, finalmente, por una callejuela empedrada mucho más estrecha, fuimos a dar hasta una puerta de madera raída, cuyas resquebrajaduras dejaban escapar el trémulo brillo con los que los habitantes de la casa se alumbraban. Antonio tocó y, luego de un rato de espera, pudimos oír que alguien desatrancaba la puerta.

Cuando esta se abrió, me sorprendí: una mujer delgada, ya mayor pero sin edad aparente, quien podía ser tanto la madre de la familia, como la abuela o la bisabuela, apareció ante nosotros portando una vela encendida a la altura  del pecho, lo que llenaba su rostro de brillos y sombras fantasmagóricas. Se nos quedó viendo y de inmediato reconoció a nuestro guía; volteó al interior de la casa y pronunció algunas palabras en una lengua irreconocible para mí, luego volvió a mirarnos y se dirigió a Antonio en la misma lengua.
-Son mis amigos -respondió éste en castellano-, son dos, venimos de ver a don Pepe.
La mujer volvió a hablar hacia el interior de la casa, como haciendo una pregunta, esperó la respuesta pero no hubo tal, sin embargo asintió, como si le hubieran contestado; volteó hacia nosotros y dio unos pasos atrás, abriendo la puerta para dejarnos libre el acceso. Antonio sonrió.

Al entrar, lo que encontramos excedió por completo mis expectativas: se trataba de una habitación más bien grande, que tenía el piso de tierra y las paredes mal encaladas. Sorprendentemente el techo descansaba sobre un sinnúmero de troncos pelados que servían como vigas, asentadas verticalmente  en el piso; más tarde me enteré de que un terremoto había azotado no hacía mucho tiempo la zona y los habitantes de la casa habían echado mano de aquel improvisado recurso para prevenir el derrumbe de la habitación, que había resultado dañada. Sin embargo, más allá de las razones técnicas, la primera impresión que tuve de la casa de asombro: con todos aquellos troncos plantados en su interior, uno al lado de otro, muy cercanos entre sí, tanto que nos tuvimos que quitar la mochilas para poder pasar entre ellos, aquello parecía una especie de bosquecillo muerto, una cámara claustrofóbica del purgatorio de los bosques.

El olor a incienso flotaba en todas partes en forma de densas nubes. Sobre una de las paredes descansaba una especie de altarcillo, el cual mostraba varias imágenes de santos, alumbrados por la luz de una docena de veladoras. Aparte de la mujer y nosotros, ahí no se encontraba nadie.

Mientras Antonio en voz baja ultimaba detalles con la mujer, tuve la extraña sensación, mirando de vez en vez a Edgar cuya cara de asombro, supongo, era igual a la mía, de que en el interior de aquellos troncos, entre las gruesas y retorcidas ramas que no les habían  sido cortadas antes de meterlos, vivían animales, ardillas, insectos y pájaros, los mismos animales que en el exterior, pero todos ellos en igual estado que los troncos secos y pelados, momificados, mutilados, con tan sólo un frío y escuálido aliento vital que los animaba; tuve la impresión de que estaban ocultos, y que en cuanto se hubieran acostumbrado a nuestra presencia volverían a salir, para chirriar y cantar por el interior de aquella habitación, iluminada por la luz mortecina de unos veladores.

Incluso llegué a imaginarlos, casi los pude ver moviéndose ligeramente, como sombras, con las cuencas de los ojos vacías, muertos de vida y descoloridos. El silencio imperante era una especie de sombra fantasmal de sus cantos. Antonio terminó de hablar con la mujer. Ambos asintieron con la cabeza.
-Nos quedamos -dijo-, tráiganse sus cosas.
Emprendimos el camino hacia otras habitaciones de la casa. Luego de atravesar otra puerta, fuimos a dar a la oscuridad absoluta, pues ya la lámpara había sido apagada y la vela de la mujer se había quedado en la sala de los árboles. Yo cargaba de nuevo mi mochila en la espalda, caminando con los brazos extendidos como un sonámbulo. Avanzamos por un largo pasillo, luego entramos a un cuarto, también a oscuras, una nueva puerta y otra habitación, subimos unas escaleras de madera, dimos vuelta, otro pasillo y entramos a una nueva habitación, ésta sí iluminada, de nuevo con un velador.
-Esperen aquí -dijo la mujer, ahora en perfecto castellano.
Caminó hasta un extremo del cuarto, se agachó, tomó algo del suelo y jaló de él. Yo no había visto de qué se trataba, al principio sólo pude darme cuenta de que era algo grande y pesado, dados los visibles esfuerzos que nuestra anfitriona hacía. Era otra puerta, ahora en el piso.
-Vengan -dijo, tomó una veladora encendida y comenzó a bajar por el boquete abierto. 
La seguimos los tres por una escalera de madera, no muy alta, tal vez de unos tres metros, que se retorcía sobre sí misma, como las escaleras llamadas de caracol, pero mucho más tosca y enclenque. El cuarto al que llegamos estaba también a oscuras y no tenía más muebles que un colchón viejo arrumbado en una esquina.

La mujer siguió su camino; abrió otra puerta en el suelo y volvió a bajar; la seguimos por otra escalera similar y llegamos a otro cuarto muy parecido al anterior; con la misma planta irregular que los dos superiores, el mismo piso de madera y también una puerta en el suelo. Esta habitación no tenía ni siquiera un colchón, de tal manera que tuvimos que acomodarnos en el piso. Nuestra anfitriona nos dejó la veladora y antes de irse recomendó: "Nomás no vayan a salirse por puerta, ¿eh, Toñito?"

No se refería a ninguna de las puertas horizontales, sino a una normal, vertical, que apenas se dibujaba en una de las paredes por la poca luz que nos iluminaba. Antonio nos hizo saber que al día siguiente nos internaríamos en la sierra para visitar a su maestro, de manera que debíamos descansar lo mejor posible. Sin mayores ceremonias y sin probar alimento, sólo unos sorbos de agua, nos acostamos a dormir.

Cuando desperté, la mañana ya estaba bastante avanzada; los rayos del sol entraban por una pequeña ventana abierta muy alto en una pared diferente a aquella en la que estaba la puerta prohibida por la mujer. Abrí los ojos y permanecí acostado un rato, sin pensar en nada, simplemente observando lo que ocurría: cerca de la puerta vertical, Antonio, sentado con las piernas cruzadas y a quien yo veía de costado, manipulaba quién sabe qué con mucho cuidado a la altura del suelo. Edgar no estaba ya en su bolsa de dormir, ni se le veía por ninguna parte.

Un ligero polvillo flotaba por la habitación permaneciendo invisible, pero cuando en su flotar sin sentido llegaba a interponerse al haz de luz de la ventanilla, adquiría de pronto existencia, se encendía con fulgores metálicos.

Antes de que tomara la decisión de incorporarme se levantó la puerta del piso, de donde emergió Edgar sonriente.
-¿Qué lugar! -dijo, mientras volvía a cerrar la puerta-. ¿Todavía hay dos pisos más para llegar al baño! ¡Sólo faltan aquí unas pinturas para estar como en Altamira!, ¿no? -se quedó parado, esperando sonriente alguna respuesta.
Antonio se puso de pie, cargando algo entre las manos. Volteó a verme y me dijo algo así como "Ah, ya despertaste..." o "ya era hora". Edgar subió los hombros y se fue a sentar sobre su bolso de dormir.

Antonio se sacudió el pantalón y abrió la puerta vertical, junto a la que se encontraba. Detrás de ella había nada, es decir no había una habitación, ni una pared ni otra puerta... sólo el cielo, profundamente azul.

Al instante me puse de pie para asomarme por aquella puerta tan fuera de lo común. Volteé a mirar a Edgar, que sonreía ante mi actitud, como si me hubiera contado un chiste.

Nos encontrábamos en una casa pegada a la pared del desfiladero, y por eso sus habitaciones se encontraban una sobre otra. Pero ¿Qué hacía ahí, viendo el vacío, una puerta? Hasta hoy lo ignoro. Desde ella podía verse una buena parte de la sierra verde y serenamente grandiosa. Hacia abajo se adivinaba la ruta serpenteante de un río.
-¿Dónde estamos? -pregunté a mis amigos, inclusive asustado.
-En el cielo -sentenció edgar-, el camión en el que veníamos se desbarrancó y nos morimos, ¿Qué, no te diste cuenta?
-En la puerta del cielo -rectiificó Antonio, al tiempo que extendía hacia mí las manos, entre las que acunaba una buena cantidad de hongos grisazulados, los cuales había estado limpiando cuando yo desperté-, en la puerta del cielo y estamos vivos, bien vivos -volvió a decir- ¿Quieres traspasarla? Come un honguito.
Ya tenía hambre, pues desde la noche de nuestra partida, por indicación de Antonio, no habíamos comido nada; pero los hongos no eran una comida propiamente dicha, además la sorpresa de encontrarme en aquel lugar me había producido un poco de náuseas, de tal manera que denegué la invitación.

Antonio mismo se llevó un hongo a la boca y comenzó a masticarlo, fue hasta donde se encontraba Edgar, le ofreció y éste también comenzó a comer. Yo lancé una última mirada al vacío, tuve intenciones de santiguarme, pero no lo hice, fui a sentarme cerca de ellos y tomé, del manojo que ya Antonio había colocado sobre el suelo, un hongo mediano, que sin más me llevé a la boca.

Comimos uno tras otro de aquello s hongos azulosos, mientras Antonio explicaba que iríamos a la montaña a buscar a Don José, el chamán, y que "los niños" nos guiarían. Tiempo después entendí que con aquella expresión se estaba refiriendo a los hongos, o tal vez a los espíritus buenos que la ingestión de los hongos permite ver.

Los tres estábamos sentados a la mitad de la habitación, Antonio de espaldas a la puerta que daba al vacío, Edgar de lado y yo de frente. Mientras los ingeríamos -en total unos seis o siete cada uno-, y al tiempo que Antonio seguía con sus indicaciones, una nube apareció por la puerta, primero se asomó y después poco a poco se fue introduciendo, como habiendo comprobado que ahí no correría peligro. Penetró lentamente, densa y con muchísimo cuidado, como para no lastimarse.

Yo la vi desde el principio; no dije nada pero la sorpresa que de seguro reflejó mi rostro hizo que mis amigos voltearan. Edgar permaneció mirándola, callado e inmóvil, Antonio fue a sentarse a mi lado, aunque no muy cerca, para contemplar mejor la maravilla. Nadie hizo un sólo comentario, inclusive Antonio guardó silencio. La nube entró husmeó por acá y por allá, rozó mi rostro con su mano fría, envolvió por un segundo a mis amigos y luego salió, tan lenta y delicadamente como había entrado.

Cuando terminamos, Antonio se incorporó y dijo:

-Prepárense, que ya nos vamos. No vayan a salirse ¿eh? -y señaló al vacío con un movimiento de cabeza-. Vengo en un momento.

Subió por las escaleras, abrió la puerta del techo y desapareció. Edgar también se puso de pie, dijo que iría al baño y salió por la puerta del piso. Yo me quedé sentado con el sabor de los hongos punzándome en la lengua y sin ninguna sensación extraña en absoluto, tal vez solamente que el hambre había desaparecido.

Me tiré de espaldas, con la vista fija en el haz luminoso que entraba por la ventanilla, esperando su regreso y a sentir los efectos del "honguito", como lo había llamado Antonio.

Nada sucedió... Pasó el tiempo y yo seguía ahí, solo sin hablar y sin nada claro en la mente; observando las partículas del polvo revolverse en el tubo de luz, primero lenta y armónicamente, pero tomando fuerza poco a poco, formando pequeños remolinos y figuras, luego revolviéndose artificiosamente y por fin derramándose como en una cascada.

El tiempo seguía pasando y ninguno de mis compañeros regresaba; comencé a creer que me quedaría ahí todo el día, todos los días del mundo, inclusive que la muerte misma no llegaría por mí nunca y que permanecería para siempre mirando caer aquella cascada de polvo.

Llegué a escuchar que el torrente luminoso, cuando iba  a estrellarse contra el piso, sonaba como un pequeño río de pequeñísimas piedras preciosas. Me incorporé hasta quedar sentado para echar una ojeada por la puerta: el cielo había cambiado de color, ahora era amarillo, un amarillo intenso y simpático, tanto que me hizo reír. Volví a acostarme, porque me sentí incapaz de mantenerme sentado; no era precisamente por falta de fuerzas, sino que sentía que aquella era mi posición, en la cual debería permanecer.

Mucho tiempo después, me percaté de que el sonido, al principio atribuido al choque del chorro de polvo luminoso, en realidad tenía otro origen, pues éste no producía ruido alguno; en verdad se trataba del sonido que producían las paredes, pues ellas también estaban compuestas de una materia líquida y oscura  que caía en cascada. Las paredes eran líquidas; me encontraba en un acantilado, frente a la nada amarilla dentro de una gran cascada en la cual había un número indeterminado de habitaciones, unas sobre otras, y sin embargo, no sentí miedo, no sentí nada.

Un aleteo repentino llamó mi atención, y volví a incorporarme. En el quicio de la puerta vi un gran Búho, parado solemnemente, mirándome con curiosidad; en el pico llevaba un pequeño ratón, casi partido en dos, pude experimentar el tremendo dolor que aquella bestiecilla debió haber sentido cuando su captor lo hirió, y a pesar de ello no tuve para el Búho ni odio ni cualquier otro tipo de rencor, pues entendí que aquellas eran las reglas, y así debían suceder las cosas.

El Búho permaneció mirándome un momento, luego colocó su presa en el piso y comenzó a caminar hacia mí; yo no podía creerlo, simplemente lo vi venir, en espera, eso sí, de un gran acontecimiento. Cuando el animal pasó por la zona donde la luz de la ventana se proyectaba, adquirió características nuevas: originalmente su plumaje era gris y amarillento, pero cuando la luz lo iluminó se volvió tremendamente blanco, con tonos azules, además de que sus plumas comenzaron a lanzar brillos repentinos, como si se hubieran hecho de cristal; entonces pude escuchar claramente sus garras, ahora metálicas, golpeando contra el piso, aunque el sonido de las paredes fluyendo densamente en cascada no disminuyó sino que por el contrario, aumentó su fuerza. Se me acercó casi con curiosidad científica, como un doctor revisando a un paciente con una enfermedad extraña. Yo ya había olvidado que tenían que llegar por mí.

Cuando llegó a mi lado, aquel Búho magnífico con plumaje de cristal, se me quedó mirando con sus ojos tan amarillos y profundos como el cielo más allá de la puerta, y sonrió; no sé cómo decirlo, entiendo que un ave no puede sonreír, pues su pico es rígido, pero este Búho sonrió hasta humanamente, con un gesto comprensivo, luego extendió las magníficas alas y comenzó a batirlas; estas crecieron y crecieron, hasta llegar a tocar las paredes y el techo y a ocupar toda la habitación, toda, apretándome, impidiéndome respirar. Quise lanzar un grito pero el ahogo que experimentaba me lo impidió.

Cerré los ojos en medio de la desesperación, quise mover el cuerpo pero me resultó imposible. Sin desearlo bien a bien los abrí y pude respirar perfectamente: Antonio me tomaba de los hombros y el Búho ya no se veía por ninguna parte. En realidad, debo decir que experimenté la presencia de Antonio como si él se encontrara  en una colina y yo en otra, muy distantes entre sí, como si en efecto estuviera allí, pero a la vez muy pero muy lejos. Me dijo algunas palabras pero no las entendí.

De pronto en mi campo visual apareció Edgar, muy diferente: es difícil explicarlo... parecía tener varios cuerpos a la vez. parecía encerrar dentro de sí tanta vida  que un solo cuerpo le resultaba insuficiente. No sé cómo poner en claro lo que ví, parecía uno de esos dibujos que se utilizan en los test psicológicos, el cual si se observa de determinada manera, puede adivinarse una figura, que cambia si se observa de otra; la única diferencia es que yo veía todas las diversas posibilidades a un mismo tiempo: había conviviendo en él animales, plantas y hombres, muchas clases de hombres. Con Antonio no pasaba lo mismo, seguía igual.

-El ha decidido que te quedes -dijo Antonio, y esto sí lo entendí, como una voz lejana y ronca en una caverna, llena de ecos y de miles de significados.

-Toma, Antonio- siguió hablando con la misma voz, al tiempo que me extendía un extraño objeto-, no vayas a perder esto. Te va a cuidar.

Se trataba de una especie de amuleto; era la cabeza disecada de un pequeño animal, algo así como una Sarihueya; cuando lo tomé entre mis manos, pude sentirlo cálido y protector. Mis dos amigos siguieron hablando pero ya no comprendí nada más. Tomaron algunas cosas y se fueron, dejando las puertas horizontales cerradas, pero la vertical abierta, abierta al vacío.







Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
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1.22.2013

LA OBSESION DE SALVADOR DALI POR LA CIENCIA

Por Mónica López Ferrado




Fin de año de 1965. James D. Watson, uno de los descubridores de la estructura del ADN, pasea por las calles de Nueva York. Cuando pasa por delante del hotel St. Regis no puede resistir entrar. En el hall, escribe una nota: 
“La segunda persona más brillante del mundo quiere conocer a la más brillante”. 
Va dirigida a Salvador Dalí, que vive en el hotel la mitad del año. Mientras el recepcionista sube a la suite del artista, Watson recuerda un cuadro del pintor, Galadesoxyrribonucleicacid, la primera tela dedicada al descubrimiento que le dio el Premio Nobel. En menos de 10 minutos el mensaje de Watson ha hecho efecto y Dalí está ante él. Este es tan sólo uno de los muchos episodios que muestran el interés de Dalí por la ciencia, que fue eclipsado por la figura excéntrica del artista. Detrás del tópico se encuentra otro Dalí que intenta fusionar arte y ciencia. Dos años de investigación para documentar cuándo y cómo Dalí se relacionó con el Psicoanálisis, las Matemáticas, la Teoría de la Relatividad, la Física Cuántica y la Ciencia del ADN han dado como resultado el documental Dimensión Dalí, producido por Media 3.14 (Mediapro). 

El documental recoge el testimonio de muchos de los científicos que lo conocieron, así como la documentación que muestra cómo incorporó la ciencia a su obra. En los archivos personales del pintor se encuentran más de cien títulos de disciplinas científicas diversas, algunos anotados y con comentarios en los márgenes, y parte de la correspondencia que mantuvo con algunos científicos. 

Entre sus amistades se encuentran los matemáticos Matila Ghyka, Thomas Banchoff y René Thom; los Nobel Dennis Gabor, Severo Ochoa, Ilya Prigogine y James Watson; los científicos españoles Juan Oró y Jorge Wagensberg, y muchos otros a quienes consultó puntualmente sobre temas que quería desarrollar en su obra.

La Ciencia fue una constante en su vida y su rastro se encuentra incluso en su firma, que esconde una figura científica: la corona daliniana, que utilizó por primera vez en 1938, es la imagen estroboscópica de la gota de leche cayendo que el científico Harold Edgerton consiguió captar. Lo cierto es que dos obsesiones guiaron la vida de Dalí: su mujer Gala y la Ciencia.
Física y Psicoanálisis. 
“Todo pintor pinta la cosmogonía de sí mismo: Rafael pinta la cosmogonía del Renacimiento y Dalí pinta la era atómica y la era freudiana”
Afirma Dalí en una entrevista en los años ´50. La Física y el Psicoanálisis son, sin dudas, las dos Ciencias que cambiaron la visión del mundo a principios del Siglo XX. Desde su juventud, Dalí muestra interés por ambas. Su primer contacto con Freud y las Teorías de la Relatividad de Einstein se dio en los años ´20, cuando siendo un estudiante de pintura en Madrid, se alojó en la Residencia de Estudiantes, un lugar repleto de jóvenes intelectuales de la época, tanto del campo de las ciencias como de las letras. Encontramos una foto del joven Dalí, junto a García-Lorca, en la que aparece con una revista científica de la época, Science & Invention, bajo el brazo. Parece ser que en la Residencia le gustaba visitar, junto al poeta, los laboratorios de ciencias. 

El interés más profundo por estas disciplinas llegó años más tarde, cuando se marchó a Francia y entró en el movimiento surrealista. No paró hasta que el escritor Stefan Zweig consiguió que Freud lo recibiese en 1938 en su casa de Londres. En el documental, el mismo Dalí explica el encuentro en el que acabó enfadado porque Freud no quiso leer su Tesis sobre el método paranoico- crítico, en el que desarrolla un método de creación basado en los conocimientos que había adquirido sobre el funcionamiento de la mente. En una carta que el padre del Psicoanálisis escribió a Zweig, describe a Dalí como un prototipo de español fanático.
Los surrealistas son quienes sumergieron a Dalí dentro del mundo de la Física. La nueva realidad que proponía la nueva Teoría de la Relatividad, seguida por las Teorías de la Física Cuántica, eran algo extraordinario para los surrealistas. 

Dalí estaba fascinado por la Teoría de la Relatividad porque ofrecía al surrealismo la idea que la realidad no podía reducirse a un único flujo”, explica Gavin Parkinson, historiador del arte de la Universidad de Oxford.
La nueva Física Cuántica proponía un mundo donde no existía el determinismo, donde las partículas podían encontrar-se en dos lugares al mismo tiempo, donde la identidad de los objetos se creaba con el mismo acto de observación. Eran conceptos difíciles de entender pero que abrían camino a la imaginación. Eran ideas tan estimulantes que se convirtieron en un tema recurrente en el laboratorio de creación surrealista y, por lo tanto, de sus publicaciones experimentales.

En los artículos que Dalí publicó en los años treinta, se encuentran muchas referencias al nuevo mundo que propone la Física. Un ejemplo es su texto La cabra sanitaria, donde dice que:


“La Física debe formar la Nueva Geometría del Pensamiento, y será precisamente el delirio de la interpretación paranoica”. 

MI PADRE YA NO ES FREUD, SINO HEISEMBERG 

En los años ´40, llega la ruptura de Dalí y el movimiento surrealista. Dalí se traslada a Nueva York. En aquellos años, cae la bomba atómica, hecho que pone en evidencia las grandes implicaciones de los avances de la Física Nuclear. Este hecho abre un nuevo camino en la obra de Dalí. En sus cuadros empieza a pintar objetos en suspensión, que se descomponen en partículas que flotan en el espacio. Es la época que se denomina Mística Nuclear. 

“Mi padre ya no es Freud, es Heisenberg”, afirma Dalí en su manifiesto místico. Empieza a devorar libros de estas disciplinas. Broglie, Heisenberg, Schrödinger son sus autores preferidos. Además se suscribe a la revista americana de divulgación científica Scientific American.
Dalí era una persona bien informada sobre Ciencia, tal y como afirman los testimonios recogidos en el documental. Tanto sus libros como las revistas contienen anotaciones que se corresponden con elementos aparecidos en sus cuadros y en sus escritos. Un ejemplo es el libro La Geometría del Arte y la vida del matemático rumano Matila Ghyka, con quien colaboró en uno de sus cuadros más conocidos: Leda atómica.

A Dalí también le interesaba la aplicación de las Matemáticas en el Arte, a la manera de los grandes clásicos, y así lo hizo incorporando el Número de Oro a algunos de sus cuadros más memorables. 




LA CUARTA DIMENSION 
“Los pensadores y literatos no me aportan absolutamente nada. Los científicos, todo, incluso la inmortalidad del alma”
Afirma Dalí en otra de las entrevistas de archivo incluidas en el documental. Una de las almas científicas que conectó más con Dalí es Thomas Banchoff, matemático y profesor en la Brown University, en Providence (USA). El destino quiso que entrasen en contacto en 1975, cuando el Washington Post publicó un artículo sobre la tesis del joven Banchoff sobre la visualización tridimensional de objetos de Dimensiones Superiores. El artículo, ilustrado con una reproducción del Corpus hipercubicus, que Dalí pintó en 1951, captó la atención del pintor. El joven científico recibió una llamada: 
“El señor Dalí quiere verle en el St. Regis”. 
Banchoff se quedó petrificado y lo primero que le pasó por la cabeza es que Dalí quería ponerle algún tipo de denuncia por haber utilizado el cuadro para su Tesis. Nada más lejos de la realidad. Dalí sentía simple curiosidad por conocer a aquel matemático que había sabido interpretar lo que quería decir con sus cuadros. 

Con aquella primera conversación surge una amistad que duró muchos años. Banchoff explica que descubrió que Dalí podría hablar muy seriamente sobre ciencia. Por su lado, Dalí descubrió que Banchoff conocía a fondo la obra de uno de sus autores preferidos, el filósofo, matemático y teólogo medieval Ramon Llull. Juntos harán proyectos, la escultura de un caballo gigante basado en fórmulas matemáticas que nunca se hará realidad.

El óleo que les unió, el Corpus hypercúbicus, presenta la figura de un Cristo crucificado que flota en el espacio delante de una cruz formada por ocho cubos. En realidad, esta peculiar cruz es un hipercubo desplegado. El hipercubo, un objeto matemático muy
estudiado a principios del siglo ´20, es un Cubo de Cuatro Dimensiones, una figura imaginaria porque nosotros vivimos en un mundo de Tres Dimensiones. Utiliza esta representación como marco para la Crucifixión de Cristo, por lo que superpone mística religiosa y conocimiento matemático. Justamente, la conexión entre Matemática y mística religiosa es uno de los aspectos principales de la obra de Ramon Llull que intentó demostrar la existencia de Dios a través de la percepción matemática de las figuras geométricas.




LA INVESTIGACION SOBRE EL ADN, 
NECESARIA PARA CURAR EL CANCER 

El ADN también fascinó a Dalí. En los años ´70 habla de la importancia de la investigación sobre el ADN para poder avanzar en la cura del cáncer. Además de tratar con Watson, hizo pósteres sobre el tema para científicos españoles, como Severo Ochoa –que formaría parte del patronato del Teatro-Museo Dalí porque Dalí quería la presencia de científicos–, Juan Oró y Santiago Grisolía. A muchos de ellos les pidió modelos moleculares que después utilizaba como base de estas pinturas.

Aunque no aparece en el documental, pero sí en los extras del DVD que se ha editado, Juan Oró (también fallecido durante el año de rodaje) explica sus experiencias con Dalí. Juan Oró recuerda un curioso episodio ocurrido en 1975. Este bioquímico, que por aquel entonces vivía a caballo entre Barcelona y Estados Unidos, porque trabajaba en la NASA, había encargado a Dalí que pintase un póster para el Simposio Internacional que conmemoraba el 70 Aniversario del investigador español Severo Ochoa. Oró va a visitar a Dalí en Barcelona, al hotel donde se encuentra alojado, el Ritz. Oró quiere pedirle una dedicatoria para el libro de este simposium. Dalí aparece ante él con su habitual traje de rallas y con un bastón en la mano. Tiene prisa, pero responde a la petición de Oró: 
“Vaya apuntando lo que le digo”. Oró saca papel y bolígrafo, y Dalí empieza a dictar directamente, sin leer de ningún lugar. Habla muy rápido y el científico tiene que pedirle que vaya más despacio. Cuando acaba, Oró levanta el bolígrafo boquiabierto: “En cuestión de minutos, Dalí había creado una maravillosa reflexión en torno al avance científico de las ciencias del ADN que tan sólo podría pensar un genio, con un conocimiento científico y un sentimiento artístico muy profundo”, explica el bioquímico. 
Este es el texto que tanto le impresionó: 
Dios no juega a los dados, escribió Albert Einstein mucho antes del descubrimiento de la escala del ADN en los escalones de la cual viajan los ángeles en el sueño de Jacob que tuve la noche antes de pintar aquella escalera para Severo Ochoa, y que simbolizan los mensajeros genéticos de moléculas de nucleótidos sintetizados por primera vez en el laboratorio de Severo Ochoa.
Aunque no sea científico debo confesar que los acontecimientos científicos son los únicos que guían mi imaginación, al mismo tiempo que ilustran las intuiciones poéticas de los filósofos tradicionales hasta el punto de conseguir una belleza deslumbrante de determinadas estructuras matemáticas y de aquellos momentos sublimes de abstracción que vistos a través de un microscopio electrónico aparecen como virus de forma poliédrica, confirmando lo que Platón dijo: “Dios siempre hace geometría”.
Dalí expresa en el texto su admiración por la belleza matemática de la naturaleza, que entronca con su interés por la obra del matemático rumano Matila Ghyka, que asesoró a Dalí en el planteamiento compositivo de Leda atómica. De hecho, durante los años ´50 Dalí se obsesiona por la presencia de estructuras matemáticas en la naturaleza. En 1954 lo encontramos en el Museo del Louvre, inspeccionando con detalle el cuadro La encajera, de Vermeer. Dalí admira profundamente al pintor holandés y quiere confirmar empíricamente una hipótesis (en cierto modo, también en su trabajo artístico aplicaba el método científico): según Dalí, el cuadro de Vermeer es una composición a base de cuernos de rinoceronte, formados por espirales logarítmicas que, para el pintor, era la estructura más perfecta de la naturaleza. Después de este examen ocular, Dalí da por confirmada su Teoría y pinta una versión de La encajera descompuesta en cuernos de rinoceronte. 



EL ULTIMO GESTO DEL ARTISTA 

La persistencia de la memoria (1931) es el cuadro daliniano que se ha convertido en icono de la Teoría de la Relatividad. Uno de los grandes admiradores de esta obra es el Premio Nobel de Química, Ilya Prigogine (fallecido meses después de la entrevista que concedió para el documental). Siempre había admirado la obra de Dalí, pero no lo conoció hasta 1985, durante el congreso científico Proceso al azar, que Jorge Wagensberg, director del Museo de la Ciencia de Barcelona, organizó en Figueras, en el mismo Teatro-Museo. Dalí, ya enfermo, lo siguió por un circuito cerrado de televisión desde la Torre Galatea.

Además de Prigogine, la conferencia que aloja Dalí en su museo reúne a otros grandes nombres de la ciencia del momento, como el matemático francés René Thom, o Peter Landsberg. Entre el público, unas doscientas personas, muchos científicos pero también filósofos, escritores y artistas. Un circuito cerrado de televisión conecta la sala de actos con una habitación del museo. Delante de la pantalla, História, Ciencias, Saúde– Manguinhos, Rio de Janeiro un solo espectador: Dalí. Es tan sólo una sombra del personaje que, años atrás, utilizaba los medios de comunicación a voluntad para proyectar al mundo una imagen de provocador excéntrico. 

Ha envejecido y está enfermo. Va en silla de ruedas y no soporta la sonda de plástico que lleva en la nariz. Hace tiempo que no pinta. Sin embargo, sigue ávidamente el congreso con la vista clavada en el monitor. Jorge Wagensberg lee en la inauguración un texto escrito para la ocasión por Dalí: 

“El fenómeno estético va estrechamente ligado a la Historia de la Ciencia, aunque tan sólo sea por el hecho de que en ambos se da la elección experimental”.
Prigogine recuerda en el documental varios momentos del congreso. Uno, cuando en medio del evento se desató una discusión entre él mismo y René Thom ya que estaban en desacuerdo respecto a ciertas teorías. Dalí los llamó a su habitación y les pidió que “en el nombre de Schrödinger hiciesen las paces. Ninguno de los dos supo interpretar esta afirmación, pero le hicieron caso. Otro de los momentos que recuerda es cuando todos los científicos ponentes visitaron a Dalí en su habitación. Él no pudo resistirse a preguntarle sobre el cuadro que tanto admiraba y su relación con la teoría de la relatividad. Aunque el pintor no le había dado una respuesta inmediata, el encuentro dio lugar a una interesante correspondencia entre el pintor y el científico. 

El que fue uno de sus secretarios, Antoni Pitxot, le leía estas cartas y los libros de Stephen Hawking, Matila Ghyka y Erwin Schrödinger. Eran las únicas lecturas que, en los últimos días de su vida, tranquilizaban su alma.


Arte: Francesc Català Roca
Diseño & Diagramación: Pachakamakin