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4.15.2012

¿QUÉ ES ELEGIR?

Por Susana Padilla

Sus Artículos en ADN Omni




¿Cómo es la decisión de elegir?

Creamos en el inconsciente o no, algunos problemas hacen que las posibilidades de
elección sean limitadas. Este horizonte acotado supone una serie de factores
conscientes e inconscientes. Elegir en Libertad es en sí un problema que plantea mucho más, por ejemplo la elección de la consciencia.

Así mismo, todos sabemos que cuando nos han dicho composición: tema libre, es la
situación más difícil por el desconcierto que provoca, como para el escritor situarse
ante la pagina vacía y escribir un comienzo.

La Libertad es una cosa muy difícil de practicar, es elegir en un universo acotado, lo
tradicional. Sin embargo la libertad es algo muy sutil, un simple rasgo puede
separarnos de ella para siempre. ¿Cuales son los factores que inciden en la elección, hasta
qué punto es hecho desde mí o de una multitud de otras cosas?

Elegir implica también saber por qué se elige, ser consciente, saber no solamente
sobre la individualidad de cada una de las elecciones posibles sino también cuales
son los factores que me llevan a elegir idóneamente una u otra cosa en concreto. Al
evaluar la situación esa persona puede estar tan lejos de la verdad debido a fantasmas, temores, impulsos confusos que lo llevan a  vivir de esa manera.

Decir la verdad es algo relativo si no se explica el por qué interno que te lleva a
ella.

Decidir tiene variantes, todos los seres humanos tenemos varias alternativas,
en todo momento elegimos lo que queremos o que suponemos es lo mejor dentro
de esa situación. Así, no tiene sentido reprocharse una elección del pasado
pues en todas ellas se gana y se pierde algo ya que se ha accionado sobre lo posible.

No puede hacerse todo a la perfección tal como la marca el ideal pero puede hacerse
una aproximación con los elementos que se cuenta en determinado momento de la vida. Hay que sumar todas estas experiencias para que sean inclusivas.

Hegel enseña que toda superación es negación pero toda verdadera negación es una
conservación.

Para poder conocer algo es preciso antes estar seguro si se puede y cómo se puede
conocer. Este pensamiento ha encontrado siempre resonancia en la sensibilidad
moderna. Desde Descartes nos parece que lo único plausible y natural es comenzar la
filosofía con una buena teoría de método. Presentimos que la mejor manera de nadar
consiste en guarda la ropa. La filosofía anterior y medieval fue una ciencia del ser y
no del conocer.

El hombre antiguo parte sin desconfianza a la caza de lo real. El tema de conocer
era un tema subalterno.

Esta inquietud del ama moderna de preguntarse una y otra vez si era posible la
verdad hubiera sido incomprensible.

El doble sentido de la pregunta que es el ser moderno lo resuelvo así: es el pensar
que el pensamiento es la cosa en verdad existente.

Sin embargo, si soñás correr un Gran Premio de Automovilismo y decidiste que es más seguro vender autos en tu agencia en la que te va muy bien, un día te vas a encontrar en la Panamericana probando el auto de un cliente a 280 Km. Algo te ha traicionado, se te ha escapado... ¿Dónde quedó tu elección?

¿Hasta dónde puede uno ser libre? Conocer los límites es conocer lo real, el que se
conforma fácilmente no quiere aceptar que no hizo todo lo posible.

Otro tema de interés es el síntoma a abordar, lo cual puede significar: “No me
importa, me da lo mismo”, pues es lo más difícil de elaborar. Es entrar en el círculo
del aburrimiento, es depreciar lo que no se puede conquistar: Como no lo puedo
dominar, temo a la esperanza.

¿Vivir descuidadamente o vivir una vida controlada? Orientada al futuro que engorda
el fantasma del temor, reconocer su voz cuando tapamos, nos mentimos a nosotros
mismos, dejamos para mañana, postergamos. Sentimos que no nos animamos, que
esos obstáculos internos son más poderosos que los externos. ¿Te has preguntado cuál es tu deseo, cuál es tu miedo o frustración? Desvirtuaste tu objetivo por encasillar una vocación?

Esta puede volverse múltiple para tratar de satifascer otros huecos en el intento de
conectarnos con el placer. Un único camino no es la alternativa para situarse en un
lugar mejor, sólo la vinculación con el placer.

Múltiples alternativas tratan de satisfacer otras necesidades. Si un animal superior 
fabrica un instrumento o utiliza un objeto y trata de adaptarlo a su propósito actual,
entonces podemos hablar de una mediatización del campo y una forma de conducta
que nos lleva al plano de la inteligencia, por rudimentaria que sea.

Piaget puntualiza con rigor las distintas fases que van desde lo sensible a lo abstracto, desde la aprehensión más simple hasta el pensamiento conceptual, contando con el establecimiento de relaciones, el análisis y la síntesis. En suma ha puesto de relieve la trascendencia que se opera a partir primitivas señales y permite establecer categorías, clases, géneros, etc, hasta culminar en la captación de esencias, que certifica el más alto grado de racionalidad. De éste modo resume factores históricos y sociales en virtud del hecho mismo de las transformaciones o de las paulatinas construcciones que operan en la adquisición y progreso de los conocimientos.

Género homo: ¿Es que deberás lanzarte a la ruta incierta y hacerlo solitariamente?
La fe poética, la decisión de gozar de un acto poético, requiere de una preparación
del espíritu para iniciar el rito de escribir una línea debajo de otra. Requiere un
contrato entre el público y el autor, el contrato de un código. Un poco poeta tiene
que ser el que lee, parecido en algún lugar al autor. Cuanto más distancia más se cumplirá ese contrato

Unamuno dice que el alma deberá siempre prepararse: "El placer te prepara el alma
para dolores más profundos". Y la inteligencia pregunta: vivir de mucha profundidad
emotiva, lo urgente, ¿No hará que te olvides de lo importante?

¿Y no puede darse la dialécta que éstos opuestos se toquen en algún nuevo punto que
resumo, sintetiza una nueva alternativa?

Uno quisiera vivir todas las vidas pero es una sola, tiene que ver con el lugar íntimo
de cada persona, una misma situación de una u otra cosa o ambas maneras; no es el
hedonismo la manera de manejarse toda la vida.

Una magia abolida por otra magia más grande y más fuerte, un lugar de intersección
que comparte un mismo territorio: TU SER.


Diamagración & DG: Andrés Gustavo Fernández

4.14.2012

LA MURGA DEL INCONSCIENTE



Esta semana, la colmó principalmente el silencio de estar conmigo misma. Lo incómodo que suele resultar este estado no es algo que necesite ocultar, ya que solo lo estaría haciendo de mí misma. Cada una de las personas aquí, se dedica a lo suyo. Es decir, no se está pendiente de lo que hace el otro. Más bien se eligen momentos en común para compartir mates, desayunos, almuerzos, cenas. Si bien, esto en teoría sería aceptable y hasta diría, común. No lo es a la hora de la práctica y aquí es momento de ser sincero con uno mismo, ya que si veo las distintas convivencias que se dieron en mi vida, la mayoría presentó conflicto estando de un lado o del otro, ya sea atento o desatento a lo que hacían los demás. Ahora no dispongo de otra distracción que no sea yo. Y esto me lleva a preguntarme qué puedo hacer con mi día aquí. Y solo hasta mi día aquí puedo llegar hoy a ver, ya que sería algo contradictorio en este momento, pensar en otro día más además de hoy.

Y así es cómo me encontré frente a un tapiz en donde los pensamientos pasaban y pasaban, como para que en algún momento se me ocurra pensar que ese es mi pensamiento y lo tome, y así comenzaría una acción con la idea absurda de que esa era mi idea. La única opción que encontré fue observar, como en un libro con sus hojas un poco desordenadas, entre esas líneas y puntos suspensivos, cuáles son esas incógnitas, esos interrogantes, que hicieron caricaturas de mí misma haciendo mil cosas a la vez, y esto me llevó a recorrer distintos lugares de mi vida en los que siempre encontraba algo para hacer, y no creo ser la única que tenga esa habilidad, es algo así como el eslogan de moda para un sistema basado en la no profundidad. Mientras uno más hace, menos se detiene a pensar lo que hace.

Sin embargo qué pasa cuando uno no encuentra nada de donde agarrarse, se pincha el globo de la rutina de la acción y en la pregunta de la vecindad citadina: ahora quién podrá distraerme? Aparezco sólo yo con mi vestido floreado hasta los pies, mis manos, mis piernas, y la mirada puesta en la nada. Y sólo la certeza de saber que estoy en el lugar indicado para verme, me mantiene en pie frente a mí misma con sus personajes mirándome y esperando de el OK para que comiencen a actuar.

Y frente a todo esto, ni siquiera me atrevo a decir que de la cadena interminable de pensamientos, algo me pertenece. Esta idea comienza a aterrizar sin paracaídas, las veo venir y estrellarse contra el piso, sé que ahora es menos precipitado, tienen el amortiguador de lo que se vivió ya, sin embargo, las siento y aunque mi rostro con algunos de sus personajes no lo acompaña, se dé que se trata. Es como si estas actitudes que se descubren descendieran al mismo infierno que les dio origen. La ignorancia, y esto desde dónde lo veo no es vergonzoso. Más bien, forma parte del desconocimiento. Y en ese mismo momento que descienden a este caldero donde supuestamente se pagan las culpas de los pecados, uno cae en la cuenta que es un pescado de sí mismo. Es decir, quedó atrapado durante un tiempo que no voy a definir como corto o largo en esa red de pensamientos que creó a cada personaje.

Y ahí es cuando el estrado del Juicio Final queda vacante para la conciencia que sólo conoce la experiencia, y con ella se exime a sí misma de toda culpa y decide ascender hacia la única realidad posible, conocerse uno mismo sabiendo ya que el infierno y el cielo existen en un mismo lugar, que lo que uno decida creer es lo que hace posible esa existencia. Y con esto no voy a caer en la simpleza de creer que uno puede, por decir así, controlar todas esas líneas de creencias que durante tanto tiempo nos condenaron a un mismo lugar, la ignorancia, sino más bien, darme cuenta que lo que hoy vivo, responde a elegir qué camino tomar. Y esto define el lugar en donde estoy ahora. De lo contrario, estaría confesando mis supuestos pecados en la iglesia del barrio más cercana que es el camino más fácil para alejarme del único templo que me comulga: la conciencia.

Y es en estos momentos cuando uno confirma que la cuántica y la metafísica, y demás misteriosas técnicas milenarias, están para algo más que para estar de moda, existen para ponerlas en práctica. Y para eso, más que nombrarla, visualizarla, promulgarla, es necesario adquirirla con la experiencia, y como dicen aquí con la honestidad, y le agrego, la necesaria para darnos cuenta de qué poco ponemos en práctica de lo que decimos. Así como poco de lo que pensamos observamos, y por ende lo que hacemos no nos pertenece, nos aburre, acción por acción, y luego la famosa depresión aguardando comprensión en el diván de Freud.

Sé que nunca tuve duda de que algo tan extremo no podía ser realmente confiable, sin embargo, reconozco que en algún peldaño de la historia esa experiencia existió y por alguna razón la tomé. Y cuando esta idea se destiñe, es el momento en que se ilumina la creencia y es de-mente creer en ella. Y lo atrevido y posible es salir de esos peldaños y más aun, lo entusiasmarte es darse cuenta que ya es necesario saborear, y el temor al cielo deja de existir porque ya dejé de condenarme.

Al escuchar todo esto que digo, me pregunto, a qué se debe este cuestionamiento desde algo que al parecer nada tendría que ver, y sí, todo tiene que ver. Y ya que está de moda decir que todo está conectado, prefiero meterme un poco más en este dicho, y para eso lo que encuentro es llevarlo a la práctica y ahí ver si funciona o no, el tema es que quizás lo hace de maneras sutiles, y atreverme a reconocer esas conexiones me lleva además de observarlo, a accionar acorde a eso. De lo contrario sería una línea más, disponible de tomar alguna vez que me atreva a más que pensar y sacar conclusiones. Y esto al parecer, es porque uno se enfrenta con toda una serie de cosas que son cómoda-mente aceptadas, y cambiarlas no se trata de imaginación o visualización, se trata de ver como se tiñe o justifica la realidad en que se vive con esas interpretaciones sutiles. Entonces de nada sirve creer en un milagro si no me atrevo a crear ese milagro viviéndolo.

Y para mi entender, esto es lo ilimitadamente posible dentro del límite que es uno mismo. Entonces me pregunto, hasta qué punto es necesario actuar la inacción para darme cuenta de cuánto accioné de manera inconsciente, hasta qué punto de inconsciencia es necesario llegar para darme cuenta de la existencia de la consciencia en cada momento. Hasta que punto de división es necesario llegar para darme cuenta que existe un punto en común no divisible que es uno mismo. Y responderme hasta qué punto, me lleva a ver una ruleta girando y girando, con una esferita que cae al azar en un casillero como bola sin manija, entregada al mejor postor, que es la suerte si es que llega, y al mismo tiempo veo esa esferita en una altura de mi vida que impulsada por el giro aburrido de sí misma decidió saltar el curso cómodo de ese círculo vicioso y se atrevió a recorrer su curso que es diferente a la rutina de la ruleta, y eso hace posible que se elija una y otra vez sin temor a avanzar sabiéndose dueña de lo que elige vivir. Y si bien continúo sentada frente a todo esto, y podría decir que nada cambió en este paisaje, sin embargo puedo reconocer que el entrar en esta situación me llevo a un lugar extremo de mí misma.

Y aunque aún no se cuál es mi próximo paso, tampoco es algo que esté generando problemas. Sé que este momento es necesario en mi vida. Sé cuánto me he movido, sé cuanto soy capaz de hacer mirando hacia afuera. Sin embargo aun no soy consciente de cuánto puedo hacer mirando desde adentro, y percibo que para eso estoy aquí. Y el silencio que vivo es tan profundo, que hasta la respiración parece estar suspendida en este instante.

Pasaron uno, dos o tres días. No lo sé con exactitud, hasta que decidí dedicarme a leer. En el lugar hay libros dispuestos para que uno, si así lo desea los tome. Como es de costumbre tomo más de uno; todo es tentador. Sin embargo, esto también trae algo así como el no querer perderse de nada; aquí me detengo nuevamente y puedo ver la ansiosa idea pululando sutilmente alrededor de mis dedos. Mira esto, aunque esto es mejor, pero no dejes aquel, y más aun, allí hay más. Toma todo.

Aunque seguramente hay más en algún lugar. Respiro profundo y pongo stop a este zapping ansioso, lo cuestiono, dime de donde provienes. Comienza la acción. Veo que lleva las agujas del tiempo finito, tan fino que se quiebra cuando comienza el final. Y tan irreal que vuelve a surgir con un nuevo comienzo. Entonces, me pregunto quién cree ser este tiempo de metal, solo existe en ese lugar que motiva la ansiedad a perderse de algo. Y algo, es menos que nada. Y al verlo, puedo notar como manipulo mucho de lo que no terminé, y un ejemplo palpable, son la cantidad interminable de libros que están abiertos en mi PC, en los distintos escritorios que ocupé, en las universidades que asistí... y aseguro que fueron más de dos. Ahí en donde el puntaje de lo que uno supuestamente sabe se mide con la presión de este tiempo y se califica con un rango del uno al diez. Porque el once, que es un número maestro, escapa de las garras de esta regla de competencias profesionales.

Me detengo y elijo qué realmente de todo esto ahora me gustaría leer; sé que todo está a mi alcance, el tema es, qué realmente necesito ahora. Y nuevamente lo sutil entra, solo que para eso estoy aquí, para eso escribo ahora, para darme cuenta cuánto de lo que desconozco me manejó y cuánto manejé. Una vez más, el silencio penetra, cala esa ansiedad, la traspasa y se detiene mirándome de frente, se desvanece y resurjo otra vez.

Muchas veces me pregunté, y en cierto punto me pesó la idea de que no terminaba lo que comenzaba, y más allá de que se dé la existencia de un sistema creado con el calzado de la ansiedad para correr con ese tiempo extraño y sé de las calificaciones de tinta que se borran en un papel, se también, cómo se inmiscuyó en mi manera de actuar durante una etapa de mi vida. Y sé que eso marcó el valor frente a ese sistema, y sé de las luchas de intentar pertenecer a él de alguna manera para ser aceptada como estudiante, como profesional, como hija. No me cabe la menor duda de que eso es irreal dentro de lo real, sin embargo existió y aun existe para otras personas, que de una manera u otra intentan pertenecer, y con esto no quito la vocación o el don de lo que se escoge hacer en la vida, sino más bien cuestiono la manera en que esto se presenta, y cómo ese desordenado sistema llega a generar resentimientos, malos entendidos, frustraciones. Que lo único que logran es distraer lo que nos llena de gozo hacer. A tal punto que nos cuesta decidir qué libro leer.

Y sin ir más lejos, confirmé más aun esto casi al finalizar la semana, cuando conversando con Caco me comenta que aquí en Chile, en Valparaíso, se presentaba la semana del clown y motivada para que fuera, lo tomé. Y sabiendo lo que el clown significa para mí entender, dentro del teatro, algo así como un área que me permite cuando lo práctico, encontrar de una manera divertida personajes que en sí en la vida diaria, quizás no me animaría a mostrar con tanta liviandad.

Así partí al encuentro de esta invitación. Que después de haber estado varios días aquí en la parcela, se que significaría mucho más que ver un espectáculo callejero. Y así fue, tomé el tren en destino a Valparaíso, descendí y previamente al espectáculo me dediqué a recorrer el lugar lo mas que podía hacer con mis pies, así que caminé y lo primero que recorrí fue el mar con su puerto. Me intrigó mucho al llegar el no ver una entrada directa a la costa, ya que había rejas por todos lados, paredes, que en sí no permiten que uno ingrese por cualquier lugar. Me dio la sensación de que el mar estaba encarcelado en medio de una ciudad, es una locura pensar esto, lo sé, sin embargo, recorrí durante largo tiempo las veredas que costeaban el mar hasta encontrar una entrada, lo único que faltaba es que tuviera cartelitos con horarios de visita. En fin, esto no es novedad, sin embargo aun existe en una ciudad, y más aun, se acepta con indiferencia y siento que esto es lo cuestionable.

Luego de un largo rato, disfrutando de algunos puestos de venta de artesanías, decidí caminar Hacia el lugar donde se presentarían los clowns. Al llegar, justo comenzaba el espectáculo, lo disfruté riéndome sin parar, pues lo que muestran los clowns es una obra protagonizada por los prejuicios de lo que creemos ser, pero con nariz de payaso. Pasé el rato sin siquiera notarlo, cuando menos me dí cuenta, había terminado la función. Ahí me pregunté qué seguía, y en ese mismo momento, apareció Diego, un chico que conocí apenas llegue a la parcela en Limache cuando se festejaba la bienvenida del verano. Diego, me saludo con una gran sonrisa amistosa, se sorprendió de verme ahí y más aun, me invitó a que luego nos encontráramos ya que tenía que tocar música con su banda en un pasacalles de la ciudad.

Al no tener en sí un plan fijo, no pregunté mucho de qué se trataba, y entusiasmada por su cordialidad lo acompañé. Así fue como después de un largo rato de andar entre buses llegamos a la universidad en donde se encontraban varios estudiantes con el fin, para mi sorpresa, de reclamar por medio de un pasacalles una educación gratuita universitaria. Sin embargo, este reclamo, no era común a lo que se relaciona con la palabra reclamo, aquí el instrumento que dirigía la marcha era el arte.

Ahí fue cuando el silencio se apoderó de mí nuevamente y comencé a retroceder en el tiempo, el entusiasmo de ver esa etapa de mi vida que estaba resentida, ahora, expresada por un grupo de jóvenes bailando con sus pies, tocando instrumentos musicales, haciendo acrobacias, cantando armoniosamente, cómplices unos con otros de este sentido de manifestarse, me estremeció el alma misma.

Y uno se preguntaría por qué resentida, pues sí, lo que no pude hacer en su momento como estudiante, ya que la resistencia a un sistema educativo limitado fue para mí una piedra gigante para desarrollarme en esa época, que me costó lo que sería un largo tiempo de aceptación y comprensión a mí manera de concebir la educación como una posibilidad de crecimiento creativo, receptivo, disponible para que uno pueda desarrollarse con la posibilidad de cuestionar y la libertad de expresarlo, en donde las calificaciones no sean sometidas a la tirana mesa de educadores mal pagos, en su mayoría. Sino más bien, que el compromiso y la dedicación motivada por el entusiasmo de aprender lo que a uno le gusta sea acompañado por quienes se llaman profesores.

Y decir que esta sea accesible, no solamente desde mi manera de entender incluye que sea gratuita, sino también, que los elementos que se necesitan para ese desarrollo estén disponibles, al alcance de quien aprende. Ya que sería algo ilógico ser rotulado atleta, sin antes haber corrido por la pista. Y esto, no solamente que generó un desanimo en esa época, sino que abocó mi tiempo a la parte del sistema que me daba algo supuesto a cambio, el trabajo. Ya que el dinero según lo que el mismo sistema propone, es sinónimo de libertad y justamente por esta razón es que condiciona a un sistema de educación con ese supuesto poder de decidir cuánto de las migajas del presupuesto, le corresponde a la educación de un pueblo, a la cultura, a la salud, a la dignidad.

Esto, además de ser visto a nivel general como una falta de sentido de la realidad de quiénes pensábamos así por no seguir el camino marcado, fue y es a nivel familiar como una rebeldía que intentaba cambiar lo que es así por ley dormida, y que como tal si uno quiere ser alguien, que es poco en la vida. Debe acatar las reglas del juego, que obviamente no son más que reglas de dos por dos, con principio y final conocido, sistema de educación limitado a la conveniencia del sistema general que se alimenta de la ignorancia sometida del pueblo. Ya que solo se estudia lo que se quiere enseñar y la manera de hacerlo es como le convenga al bolsillo del estado que entrega la limosna.

Y ver que todas estas palabras recobraban forma y sentido frente a esta manifestación artística llegó a recorrer mis ojos con lágrimas de alegría y entusiasmo de saberme comprendida, y al mismo tiempo, llevó a preguntarme si en algún momento cesaría esa escasez en el desarrollo humano, si en algún momento sería posible que la juventud se exprese con plenitud en lo que le agrada hacer, sin tener que recurrir a manifestaciones para defender un derecho que como tal no es defendible, ya que existe en cada uno de nosotros al momento de nacer. Y es el derecho natural a desarrollarnos con plenitud, no a medias tintas, ni por necesidad económica, ni por cumplidos. Por plenitud. Y aquí hago un paréntesis, ya que si bien sé que es reconocible manifestarnos, al mismo tiempo me pregunto cuántos de nosotros somos conscientes de que este derecho está implícito en nuestro origen. Y al mismo tiempo cuántos de nosotros reconocemos que estos sistemas se alimentan de lo que evitamos en la mayoría de los casos reconocer, que es el camino que permite desplumar las creencias, los prejuicios, siendo responsables a conciencia de la inconsciencia no reconocida aun. Y esa inconsciencia es la puerta a la misma libertad, si uno comprende que esta lo integra y que solo actúa cuando uno no quiere tomar el papel principal en la vida. Ser uno mismo.

Con este sentido enriquecido, regreso a la parcela y en ese trayecto veo que aunque parece incómodo a veces profundizar, detrás de cada una de las situaciones que vivo y viví, se oculta lo que de una manera u otra me permite reconocer que es lo que generé y genero con cada elección. Y si bien, aun no soy consciente de todo y sé que bastante falta por recorrer, el poder darme cuenta de que esta posibilidad existe, que está a mi alcance, que no se trata de algo que necesite estudio universitario precisamente, sino más bien se trata de dedicarme a ver mi manera de interpretar la vida, las cosas cotidianas que se presentan, las palabras, los gestos, lo que es y lo que no es. Y por medio de eso encontrar lo que de una manera u otra desconozco de mí misma y que está pidiéndome a gritos que lo reconozca. Por medio de la lengua del Inconsciente, que con sus símbolos y jugadas no es más que la posibilidad de hacer el diccionario propio de la vida con una sola definición que integra a todas: la conciencia en cada interpretación.

Y al haber tomado la decisión de salirme de la gran ruleta azarosa, ahora que me atreví a saltar más alto -de los lineamientos chatos de la rutina-. Recibo la posibilidad de dedicarme a ver quién soy, que creo y que no creo de mí misma. Y el entorno que me acompaña, las personas que aquí están y que sé que en su recorrido esto ya es huella hecha, integran la posibilidad que la misma creación me da al haberme trasgredido en esa condena mediocre y cómoda , con el hecho de haber elegido no ser lo que se debe ser por conveniencia del otro. Y este no ser, más allá de la filosofía que implica, se reconoce cuando me atrevo a desafiar lo que creo y lo cuestiono una y otra vez sin miedo, y esta forma de des ocultarme se traslada a lo que vivo diariamente, ni más ni menos. No se trata de nada extravagante, ni de misterios, ni de fantasmas o espíritus que me hablan del más allá. El único lugar que encuentro posible para verme esta aquí, ahora, al escucharme, al observar, al elegir. Al reconocerme con honestidad y entusiasmo como un aprendiz de la vida, que sin error eligió experimentar para despertar y así evolucionar.

Ahora, recibiendo el entusiasmo que dejó esta semana, voy al encuentro de una nueva semana, que es una posibilidad alentadora a descubrir lugares no tangibles de mí misma, aunque sí existentes. Y ese mapa sutil, está lleno de tesoros que se abren con la llave de la conciencia posada en uno mismo. Y el pirata del inconsciente, comienza a jugar a mi favor cuando se da cuenta que me atreví a observarlo y escucharlo, pues el desafío y la osadía es una virtud cuando uno la toma, más aun, sabiendo que puede ser una tempestad cuando el pirata se apodera del timón. Y trascender el sabor de la adrenalina, que fue el combustible del pasado inconsciente, hace posible que ahora lo desconocido sea lo que hay por conocer por uno mismo.

Así me despido dando la bienvenida al propósito de mi existencia…





Ilustración: Fotografía de Andrea Fabiana Marqués
Diseño Gráfico: Andrés Gustavo Fernández

4.01.2012

EL MITO DE LOS SACRIFICIOS HUMANOS EN LAS CULTURAS DEL ANAHUAC

Por Gustavo Fernández






Ya he escrito en otras oportunidades sobre los “memes”, ese producto de Ingeniería Social que consiste en construir una versión de un hecho cualquiera, generalmente falso o mentiroso para “distribuirlo” en el entramado social hasta que se consolida como una verdad asumida que nadie discute. 

Ya me extendí, también, sobre el uso que los Illuminati han hecho de los mismos. Y aquí presento otro ejemplo: el mito de los sacrificios humanos entre los antiguos anahuacanos. Hoy, mexicanos. Algo que creo trasciende la utilidad que podría haber tenido en su momento para quienes fueron sus responsables y cuyas implicaciones repercuten aún hoy.

Básicamente, la idea está tan instalada que nadie la discute: mayas, toltecas, aztecas, mexicas, numerosas etnias de lo que en esos tiempos se conocía como Anahuac practicaban regularmente (algunas fuentes insisten: monstruosamente) el sacrificio humano tanto como forma de devoción religiosa como de control político a través del terror. 

Y hasta se sostiene que las Xochiyaoyotl (“guerras floridas”) fueron instituidas exclusivamente con el objetivo de “recolectar” cautivos para ser sacrificados.

Lo que vengo a sostener aquí, empero, es el producto de lo reflexionado y estudiado en mis viajes a México. Lo que los hermanos indigenistas me pidieron encarecidamente que difundiera (también me pidieron que diera a conocer su monoteísmo ancestral en contra de un supuesto politeísmo, concepto también arraigado, pero de eso ya he escrito), lo que justificó la represión física, psicológica, cultural y emocional de millones de personas a través de cinco siglos.

En el momento de explicar las razones de este intento revisionista, conviene repasar, rápidamente, el argumento en contrario: es decir, en qué se basan quienes afirman livianamente que aquella existió. Dichas fuentes son las siguientes:

 Crónicas de cronistas militares.
 Crónicas de cronistas eclesiásticos.
 Códices (textos gráficos). 
 Frisos en murales.

CRONICAS

Desde las incursiones de Hernán Cortés, todas las expediciones militares y administrativas contaban con cronistas que llevaban un registro de los hechos, contabilidad de los ingresos generados, relación de las conductas del personal de tropa y oficiales, etc. 

El punto es que como sabemos, la historia la escriben los vencedores y es interesante señalar que pese a que los cronistas militares y clericales estaban hermanados en el mismo objetivo, son sólo los primeros los que relatan haber sido testigos de estos hechos y, por cierto, en cuanto se analizan en detalle sus declaraciones las inconsistencias son evidentes. 

Bernal Díaz del Castillo, soldado y cronista, por ejemplo, dice haber sido testigo de un sacrificio en el Templo Mayor de Tenochtitlán, haber visto como se extraía el corazón aún latiendo de la víctima mientras… se encontraba en Tlacopán, a siete kilómetros de distancia! 

Por más que en esos tiempos no existiera polución ambiental ni edificaciones, por más que Castillo estuviera de pie en el tope de un teocalli, es imposible distinguir estos detalles a siete mil metros en línea recta… Pueden ustedes chequear mi referencia: figura en su libro Historia General de las cosas de la Nueva España y me preocupa seriamente que ningún historiador “convencional” lo haya expurgado. 

Por cierto, el doctor en Etnología Peter Hassler sostiene que “toda fuente que trate de presentar evidencia de sacrificos humanos es espúrea y aquellos, inexistentes a la luz de la investigación científica”, y la propia antropóloga Eulalia Guzmán (que participó en la exhumación de los restos del último tlatoani, Cuautémoc) afirmó que la historia de los sacrificios “son cuentos de terror para niños, sin pruebas que los avalen”. 

Razón de más para preguntarnos por qué la persistencia no sólo de su afirmación, sino la poco prolija y responsable revisión de tales evidencias.

Y es esperable que sean los cronistas militares los que afirmen que “los cráneos se apilaban a un lado de la piedra de sacrificio mientras al pie de las pirámides los cuerpos decapitados se acumulaban como heces”, así como “la sangre corría por las escalinatas y las calles como arroyuelos” (lo que además significaría que los autóctonos tenían la sangre bastante diluida, porque, como sabemos, ésta coagula casi inmediatamente al contacto con el aire). 

Es esperable porque difundir tamaña infamia en el pueblo iletrado y crédulo de la Europa de entonces ocultaba y disimulaba las propias atrocidades que en nombre del Rey y la Cruz se estaban haciendo: el expolio, las masacres, las violaciones, la destrucción cultural. Se necesitaba demonizar al indígena para que todo fuera permitido, para que nadie osara cuestionar los métodos sanguinarios de militares y clérigos sedientos de riquezas. 

Obsérvese, por otra parte, que los cronistas clericales cuidan sugestivamente de no hacerse responsables de haber visto lo que escriben. Dicen que “dicen que…”. Por ejemplo, Diego de Landa propala, poco antes de la monstruosa destrucción masiva de códices mayas que él mismo ordenó, la especie que se le había relatado que este pueblo arrojaba decenas de hombres vivos a su muerte en los “cenotes” (pozos naturales de agua dulce). 

Ahora bien. Esos “cenotes” eran, en el Yucatán, la única fuente de agua potable de estos pueblos (avanzadísimos en sus conocimientos médicos y prácticas profilácticas, por otra parte). ¿Imaginan ustedes a los mayas siendo tan estúpidos de envenenar con cadáveres la fuente del agua que debían consumir? 

Ciertamente, se han encontrado restos óseos en los cenotes, pero es imposible determinar si, por ejemplo, no fueron depositados allí como ofrenda luego de haber sido descarnados, natural o artificialmente.

Algo similar ocurre en Teopanzolco, Cuernavaca. Allí, se afirma, en la Fosa de los Muertos, se encontró los restos de una cuarentena de personas. Se los supone sacrificados. ¿Por qué? Porque en sus vértebras se encuentran huellas de cortes filosos, por lo que se les supone decapitados. 

Pregunto: ¿No pudieron haber sido decapitados después de muertos, como parte de un particular rito mortuorio? Suponer que porque presentan esas marcas así fue como se acabó con ellos es como suponer que los arqueólogos del futuro, al hallar urnas funerarias con las cenizas de nuestros parientes, sostengan que quemábamos sacrificialmente a nuestros seres queridos…

CODICES

Es interesante señalar que la mayor parte de los códices que tenemos hoy en día son del tiempo de la conquista, es decir, escritos y dibujados por indígenas aculturalizados, convertidos a la fe católica. De allí, es dable suponer que deberíamos tomar con pinzas tales ilustraciones. 

Obsérvese que, incluso, han cambiado su estilo ancestral, adoptando una técnica muy propia del medioevo europeo… pero aun así, las ilustraciones de supuestos sacrificios humanos aparecen aislados y sin entrar en detalles. 

Alguien podría afirmar que es porque los escribas indígenas cristianizados sentían vergüenza de explayarse sobre las macabras costumbres de sus ancestros. Con el mismo criterio, yo podría decir que es porque lo hacían a desgano, presionados por los clérigos. 

Y voy por más. ¿Necesariamente porque los dibujos parezcan mostrar sacrificios “deben ser” sacrificios?

Códice de principios del siglo XVI pero de trazos "europeizantes". 
Obsérvese la evidente diferencia estilística con los precolombinos. 
Y al ver estas imágenes, uno ya sabe dónde se inspiró Mel Gibson 
para su deplorable Apocalypto.


FRISOS Y MURALES

Una reflexión similar podemos hacernos con las imágenes en paredes de templos y teocallis. Vuelvo a hacer la pregunta: ¿Serán lo que nos hicieron creer que son? ¿De qué estoy hablando? 


ESTOY HABLANDO DE SIMBOLOS Y ALEGORIAS

Tomen cualquier libro de Alquimia europea de esos tiempos. Abundan en imágenes alegóricas, es más, se habla del “descuartizamiento de la virgen”, del “asesinato y consumición de la mujer tras la boda”… 

¿Realmente creemos que los alquimistas medievales sostenían que para alcanzar la Gran Obra debíamos descuartizar una virgen (si conseguíamos alguna) o, tras casarnos, matar y alimentarnos del cuerpo de nuestra mujer? 

Por supuesto que no. Recordemos que una confusión similar sufrió en tiempos de persecución el propio Cristianismo, cuando entre la plebe romana se hizo correr la versión de que sus devotos devoraban el cuerpo de su Sumo Sacerdote y bebían su sangre en todos sus rituales. Vino y hostias, y la metáfora de la misa, pero claro, el pueblo romano no tenía manera o no quería saberlo. 

Realmente, cuando apedreaban y denunciaban a cristianos, lo hacían convencidos de brindar un servicio social: a su entender, eran antropófagos, después de todo.

Así que aquí estamos en una situación similar. Comparen la brutalidad del códice europeizante con un friso original donde además de la riqueza del colorido –que no es lo que nos importa– sobresale la “mesura” de la representación. 

Suponer que esos cuerpos en el suelo están prestos a ser sacrificados  y devorados es como suponer que las ilustraciones alquímicas que siguen a continuación deben interpretarse literalmente.


¿Sacrificios humanos? ¿Y por qué no, grafitis intimidatorios 
propagandísticos o enseñanzas morales?


Grabado alquímico medieval: ¿Creemos que los alquimistas esperaban 
que el Sol y la Luna estuvieran simultáneamente en el cielo para
trabajar, o que domesticaban a un león que alimentaban con serpientes?


Grabado alqímico moderno: ¿Para obtener la Piedra Filosofal debemos 
reunir un hombre negro y una mujer blanca y prenderles fuego?



Sin duda estos epígrafes de ilustraciones les parecerán a ustedes la mar de absurdo. Y lo son. Tanto como las interpretaciones “oficiales” de una historia que nos muestra a los anahuacanos como devoradores de carne humana y sacrificadores de sus congéneres. Y no hablemos de las imposibilidades técnicas. 

Como esos relatos donde se afirma que se abrían los pechos con un golpe de cuchillo de obsidiana y se extraía el corazón aún palpitante… Cualquiera que haya tenido oportunidad de ver esvicerar un animal de algún porte sabe cuán difícil es aún con las herramientas modernas abrir el tórax, cortar los huesos que cubren la caja torácica, extraer el corazón sin dañarlo (y menos aún que palpite en la mano, como en las películas de terror clase B).

Pero la imagen es impactante y vende bien. Que lo diga Mel Gibson cuando decidió producir Apocalypto. Y aquí uno debería preguntarse el porqué de un éxito de taquilla cuando es una falacia de cabo a rabo. 

Sus protagonistas transitan los finales del siglo XV o comienzos del XVI (como se observa cuando sobre el final son testigos de la llegada de los españoles) pero… hablan en maya, civilización que ya había desaparecido 600 años antes. 

Proponen un estado despótico que arrasa las tierras y sus habitantes, obsesionados por las edificaciones ciclópeas en medio de una orgía permanente de sangre y terror, cuando se sabe que jamás han aparecido los restos, los cementerios, los entierros colectivos que siquiera abonen tal despropósito. 

Y uno (yo) se pregunta si este Gibson, católico conservador militante, no está siendo funcional a otros intereses, detrás de este buen negocio.

¿Qué intereses? Nuestros amigos, los Illuminati de siempre. Porque sospecho que desde el bosquejo de la Gran Mentira, allá por el siglo XVI, había otras inteligencias y otras intencionalidades. 

Esa época no era nuestra época donde, tibiamente, podemos protestar, informarnos, tenemos Internet y hacemos manifestaciones, despotricamos en la TV o escribimos libros con nuestras ideas. En esa época cada uno pasaba sus miserables pocos años de vida mirándose el ombligo, concentrado en la supervivencia o la opulencia, dependiendo de lo que le hubiera tocado en suerte en esta vida. 

Si el Rey o el Papa exterminaban un millón más o menos de personas que andaban desnudas en algún confín del mundo, a nadie importaba. Semejante operación de prensa, entonces, tenía otro fin: no ese presente, sino este futuro. Los tiempos que vendrían. Sostengo que quienes crearon el mito de los sacrificios humanos no lo hicieron para sus coetáneos, sino para nuestras generaciones.

¿Y POR QUE? 

Porque ellos, y los supongo Illuminati, sabían que en algún momento el indigenismo reclamaría sus fueros. Que la curva de la Historia permitiría a los pueblos originarios reivindicar sus derechos, sus tierras, su cultura, su dignidad. 

Y que haciéndolo, no comprarían fácilmente ser parte del engranaje que los Poderes en las Sombras han digitado para nosotros y, temo, nuestros descendientes. Observen a los indígenas: mientras que cualquier occidental de blanca piel y cabello claro camina radiante de felicidad con su iPod, sus Nike y sus Ray Ban, ellos nos miran al pasar y sonríen, educada pero irónicamente. Sufrieron demasiado, y transmitieron de abuelo a padre a hijo su sufrimiento como para permitirse morder el anzuelo del consumismo frívolo…

Así que miremos con otros ojos esos códices y esos murales. Y comprendamos lo que son: enseñanzas alegóricas y simbólicas. Tan alegórico o simbólico, por ejemplo, como la representación de la iniciación masónica donde el iniciado pasa por encima de un “cadáver”… 

¿Realmente se arroja a su paso los restos mortales de alguien? Cuando le decimos a un amigo “no pierdas la cabeza”, ¿es que tememos que ésta caiga de sus hombros? Cuando digo “te hablo con el corazón en la mano”, ¿Esvicero a alguien próximo para extender mi diestra con el músculo cardíaco en ella?

Pero todo este lenguaje metafórico, alegórico y simbólico, incorporado al uso y costumbre cotidiano desde hace siglos, no parece que lo viéramos entre los indígenas. Claro: son pequeños, de piel oscura y andan desnudos…



Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
Portada: Pachakamakin

3.24.2012

MUNDO FACHO

Por Daniel Guebel



No lo conocía ni sabía quién era, posiblemente porque no tengo gran afición por la radio. El habla espectral de los parlantes, el diálogo imaginario con un interlocutor que no contesta, me parece la forma socialmente aceptada de la proliferación de voces imaginarias propia de la psicosis. De hecho, me enteré de su existencia por casualidad, una vez que haciendo zapping vi, en una serie penosísima de la televisión local, a un ser tirando a pequeño y obeso y fuera de estado físico que interpretando a un héroe solitario y vengador al estilo Charles Bronson corría, asesinando gente a troche y moche. Me impresionó el error del casting, la pésima interpretación, que en vez de producir el efecto de identificación buscado y el subrayado subsecuente (“salgamos a hacer justicia por mano propia, el otro es tu enemigo, matemos a lo que no se nos parece”), llevaba todo involuntariamente para el lado del ridículo. Me asombró también, cuando cayeron los títulos, que el protagonista que desempeñaba el papel de duro llevara por nombre artístico el seudónimo “Baby” (bebé) precediendo a su apellido que imagino es real.


La segunda noticia acerca de esa persona la tuve gracias a un amigo cuyas opiniones en general respeto y que en una reunión lo mencionó como autor de performances radiales nocturnas. Mi amigo exaltaba las bromas a costa de los oyentes, las frases disparatadas, el fascismo salvaje del personaje, su brutalismo populachero, estimando la mezcla como una actuación extraordinaria, de carácter surrealista o dadaísta. La tentación más convencional es prestarles atención y darles crédito a aquellos que reman contra el sentido común, así que me prometí escuchar alguna vez el programa de Baby Etchecopar. ¡Quizá fuera un genio radial y un fiasco televisivo! Luego, por supuesto, me olvidé.

Hasta que una vez, volviendo de una de esas tediosas aventuras nocturnas que nos dejan sabor amargo, escuché su famoso programa radial. Me pareció que el señor Etchecopar era ducho en la respuesta rápida, ingenioso de baja manera. Era, sí, muy bueno en lo suyo, pero lo suyo no me gustaba nada.

Francamente, lo que escuché me pareció una repulsiva demostración de sadismo profesional, un proferidor de barbaridades y un exaltador de la barbarie más vil, un apologeta ruin de la violencia que se solaza en el desprecio exhibicionista por las opiniones y las emociones de las pobres gentes que lo llaman en la ingenua creencia de que van a ser escuchadas y a cambio reciben el mismo trato que el ganado que se lleva al matadero. “Mi amigo –pensé– en este caso se equivoca de principio a fin”.

Desde luego, la violencia es un diamante brutal y multifacetado, que soporta las miradas de una múltiple interpretación. Y por supuesto, el deseo de que le vaya mal a alguien que nos disgusta profundamente debe tener ciertos límites, así que, enterado de la historia del asalto a su domicilio y del tiroteo subsecuente, no puedo sino lamentar lo que le ocurrió al señor Etchecopar y a su hijo, desearles la más pronta y completa recuperación, y también lamento, aunque este sentimiento no sea, en este momento social, muy compartido, el sufrimiento de la familia del asaltante muerto.

Mientras un periodista como un perro rabioso recitaba los hechos de violencia que el difunto había perpetrado, vi por televisión las fotos de su prontuario, de frente y de perfil, y tuve la impresión de que ahí había un tipo sin opciones y sin futuro, alguien que tal vez había agarrado un arma sin saber qué hacer con ella, como suele ocurrir con tantos otros sin futuro que matan o mueren sin saber por qué.

Desde luego, que un asaltante que porta un arma reciba diez balazos de un apologeta de la violencia que finge sufrir un ataque al corazón y desarmado encuentra su razón de ser y dispara, da mucho que pensar. No tanto sobre los hechos, sino acerca del modo en que se montan y se presentan al público, y sobre el modo en que el mundo se organiza sin saber qué hacer con la gente que se ve empujada a salirse de él.



Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

HAY QUE MATARLOS A TODOS



"Felizmente, pensó, la penosa transformación 
habría de limitarse a los días de plenilunio. 
Aunque ahora, recién superada por primera vez, 
notaba como si le hubiese legado alguna secuela. 
Y aquella difusa cólera latente, aquel 
imperceptible deseo de revancha, no lo dejaban, 
no, del todo tranquilo".


De El lobo-hombre (1947), 
cuento corto de Boris Vian [1920-1959]


Digamos que, a esta altura, ya me acostumbré a la desmesura del fútbol; un ámbito donde cada animalada es vista como excepción cuando, lejos de ello, se constituye en nueva regla. 

Me niego a discutir sus estúpidos lugares comunes. Por ejemplo ese que dice: “El público paga y tiene derecho a expresarse”. Pues no. Aceptar que cualquier energúmeno te insulte, te llame ladrón y exija a los gritos que te echen porque perdiste un partido, es como volver al “estado de naturaleza” del que hablaba Thomas Hobbes en su Leviatán, escrito en 1651.

Hobbes, un duro, desarrolló su idea de un contrato social para limitar y controlar el natural instinto salvaje del ser humano. Allí describía el peligro de una “guerra de todos contra todos” [bellum omnium contra omnes] y advertía: “El hombre –malo por naturaleza– es el lobo del hombre” [homo homini lupus est]. Más de tres siglos pasaron y para algunos, las cosas no parecen haber cambiado demasiado.

Estuve en Auschwitz en 1979, durante la tensa primera visita oficial de Karol Wojtyla a su país natal como nuevo Papa. Ese campo era, desde su mismo diseño, una perfecta fábrica de muerte. Hornos. Horcas. Paredones. Y las duchas, donde en lugar de agua caía gas Zyclon B. En las paredes, cubiertas por vidrios, podían verse los arañazos. Morían como ratas porque eso eran los judíos para los nazis. Ratas, no seres humanos.

“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, dijo alguna vez Theodor Adorno. ¿Cómo calificar, entonces, las rimas que, con notable obstinación, la hinchada de Chacarita repite cada vez que juega contra Atlanta, su clásico rival, un club identificado con la colectividad judía? Estos imbéciles tienen sus hits y, obvio, los cantaron la semana pasada en San Martín, antes de emboscar y casi linchar a medio centenar de dirigentes que acompañaron al equipo. El más festivo, advertía: “¡Ahí viene Chaca / por el callejón / matando judíos / para hacer jabón!”.

Cierto; eso hacían con la grasa de los cuerpos. Yo los vi. Tienen forma irregular, un tono amarillento y, en algunos casos, restos de pelos. Es un recuerdo perturbador, pero para eso están allí, exhibidos. Para perturbarse, para no olvidar. Con eso se divierten estos subnormales.

Otro hit refiere a “hazañas” locales. “Les volamos la embajada / les volamos la mutual / solo les queda la cancha / y se la vamos a quemar”. Muy bien. Suficiente. El castigo debería hacerles honor. Que sea… a lo bestia. ¿Exagero? Para nada. No subestimemos el valor de la palabra, muchachos.

Los chinos tienen una curiosa maldición: “Que se cumplan todos tus sueños”, dicen. Ahí sonaste. Vivir sin sueños sería intolerable. Tanto, como que se cumplan tus peores pesadillas. 

En medio del caos de 2001, Baby Etchecopar, después de recibir una amenaza, creo, dijo esto en su programa: “Los argentinos vamos a salir a cazar ratas, a cazar gente que nos molesta. Todo hombre tiene derecho a la autodefensa. No sé si me gustaría cargar en mi conciencia con la vida de un ser humano, pero si peligra la integridad de mi familia, no dudaría en usar un arma”.

No conozco a Etchecopar salvo por sus opiniones, con las que suelo no coincidir. Pero es imposible no solidarizarse con alguien que sufrió un asalto a mano armada, en su propia casa y con su familia presente. 

Estas “ratas”, cierto, nada tienen que ver con esas víctimas de Auschwitz estigmatizadas por el nazismo. Son jóvenes crueles, violentos, devastados por la droga, que balbucean una jerga que solo desciframos con la ayuda de los programas de América. Pero no cayeron del cielo. Son producto de otra clase de fábrica. Una que multiplicó excluidos durante los noventa mientras nuestra clase media tomaba sol en Miami o Punta Cana.

Salvajes, despiadados con un arma en la mano, no debe ser fácil enfrentarse con ellos en su propio terreno, a balazos. Hay que tener, al menos, algún código en común. Tirar a matar no es para cualquiera.

Habrá mil debates. “¡Hay que matarlos a todos!”, gritarán unos. “¡Perpetua para los de 14!”, pedirán los que exigen mano dura. Alguno dirá: “Esto, con los militares no pasaba”. Lo de siempre.

Es increíble que alguien crea que la pena de muerte podría cambiar algo, más allá de reimplantar un Estado asesino que ya sufrimos. La vida de esos chicos no vale nada, para nadie. Ellos lo saben y por eso se la juegan a cara o cruz en cada salida, llenos de odio. Nada les importa. Nada son, nada tienen que perder. Bajemos al sótano a revisar nuestro retrato de Dorian Gray, compatriotas, porque esas “ratas” son obra nuestra. A hacerse cargo.

De esa maginalidad surgió otro curioso invento nativo: los barras profesionales. Esos que, en “estado de naturaleza” hobbesiano, también defienden su terreno a sangre y fuego, mientras facturan a cuatro manos. Los medios los llaman “inadaptados” (ridículo: nadie más adaptados que ellos), mientras el negocito crece, cada vez con más socios. Punteros, dirigentes, policías, vendedores de esto o aquello. Por eso están, siempre, se diga lo que se diga. 

Nazis de cartón. Chorros limados. Locos de la guerra. Odio de clase. Malheridos. Muertos. Vivillos. Amantes del plomo.

Lo siento, Hobbes. Me quedo con Boris Vian y su historia del lobo del bosque de las Supuestas Quietudes, al pie de la costa de Picardía, que un día fue mordido… por un ser humano. 

Acá es igual. Son los hombres los que muerden a los lobos.