Páginas

Mostrando entradas con la etiqueta Mauricio Macri. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mauricio Macri. Mostrar todas las entradas

11.18.2012

REFLEXIONES SOBRE EL 8N

Por Juan José Oppizzi
Sus Artículos en ADN CreadoreS




Deliberadamente repito esa nomenclatura, 8N, con que se ha popularizado la manifestación opositora al gobierno de Cristina Fernández del 8 de Noviembre de 2012, aunque lo primero que salta a los ojos es la idéntica modalidad de sintaxis adoptada para nombrar a aquel 11S, el día en que sucedió el controvertido caos de las torres gemelas y del Pentágono, llamado por el gobierno de Estados Unidos “atentado”. Este 8N fue, obviamente, sin sangre (o, al menos, con pocas gotas, vertidas por las caras de algunos periodistas agredidos), pero en esencia tan sospechoso como aquel conjunto yanqui de hechos. 

No voy a molestarme en analizar otro aspecto de la multitudinaria marcha: su organización a cargo de la empresa multimedios Clarín, con la ayuda de sectores de la derecha, como Francisco De Narváez, Mauricio Macri, el neonazi Alejandro Biondini y el ex mandamás de la SIDE de Menem, Juan Bautista Yofre. Sí podría comenzar señalando un hecho inédito en la historia argentina: que una manifestación opositora a un gobierno haya contado con el micrófono del canal estatal abierto a sus declaraciones. Eso ocurrió, y quienes quisieron pudieron arrimarse a decir lo que pensaban con absoluta libertad. La periodista Cynthia García, de la Televisión Pública, haciendo gala del ejercicio pleno de lo que es el verdadero periodismo, entabló un diálogo con la gente que golpeaba cacerolas, que gritaba consignas y que exhibía carteles. La diversidad de estos dos últimos instrumentos de expresión (las consignas y los carteles) hablaba de una mixtura no muy clara de propósitos o, más bien, de una falta de unidad argumental quizá estimulada por los armadores del acto. 

Esa variedad sirvió para que los medios regenteados por Clarín pudieran seleccionar lo que mejor les convino a la hora de hacer un balance ideal. Alguien que sólo hubiera visto la parte de los testimonios recortados por los voceros del poderoso multimedio, podría convencerse de que el conjunto de ciudadanos que anduvieron por la Plaza de la República, en Buenos Aires, coreaba los mejores, más prudentes, más lógicos y más constructivos lemas del orbe. Sin embargo, el panorama completo resultó bastante poco amable; no menos de seis periodistas de diferentes canales, publicaciones y agencias informativas (incluido uno del propio Clarín) fueron insultados, golpeados y perseguidos. Muchas consignas chillaban agravios, imágenes homicidas y alusiones macabras para con varios integrantes del gobierno, en especial la Presidenta Cristina Fernández. Y lo que más me llamó la atención fue el contenido de los diálogos con Cynthia García de numerosos asistentes a la manifestación; ella preguntaba y repreguntaba para buscar los fundamentos de cada concepto vertido a micrófono libre. 

En incontables oportunidades quedó al descubierto la falta de razones valederas, de información elemental, y la sobra de odio. Los argumentos predominantes eran la imposibilidad de comprar dólares y una feroz condena a la Asignación Universal por Hijo; todo eso en el marco de una supuesta asfixia dictatorial, en la que la ausencia de libertad era coreada por la mayoría. El interesantísimo trabajo de Cynthia García fue volviéndosele cada vez más difícil; en cámaras era ostensible cómo se la insultaba, se la manoseaba, se hacía ruido y se gritaba a fin de perturbar el libre desarrollo del diálogo que ella tenía con los asistentes a quienes se les ponía micrófono. Al final, la situación de patoterismo fue insostenible y la periodista buscó refugio en el móvil de la emisora, en donde continuó siendo hostilizada. Fue insólito que al día siguiente Beatriz Sarlo (¿Qué le pasa a esa mujer?) dijera que la labor de García había sido como la de una maestra tomando examen. De eso se trataba, precisamente: del libre examen de una situación. Si los asistentes a una marcha en contra de un gobierno no saben cuáles son los fundamentos de su protesta, si, cuando se les repregunta, no tienen argumentos para apoyar su posición, entonces debemos pensar –como piensan muchos, yo incluido– que gran parte de los que fueron a la Plaza de la República –y a cientos de otros lugares del país– se limitaron a gritar el libreto machacado en los últimos años por los medios del grupo Clarín. Abona esta tesis un amplio material documental, que muestra claramente cómo las consignas enunciadas a diario por la televisión propiedad del señor Magneto afloraron de manera casi textual en las bocas que protestaban. 

No quiero pasar por alto la validez de muchísimas otras voces en la marcha del 8N, reclamantes por la inseguridad, por la inflación y por diversos problemas que son reales y que generan una motivación innegable. Lo que lamento es que las buenas intenciones de estos ciudadanos sean empañadas por las especulaciones de sectores ajenos a esa finalidad, y que no haya una línea divisoria que los separe, un repudio que aísle la petición garantizada por las normas constitucionales de las arteras maniobras conspirativas. 


Otro aspecto a señalar es la ausencia pública de las entidades organizadoras del acto. Eso respondió, obviamente, al propósito de mostrar el hecho como una cosa apolítica. En las redes sociales abundaba el misterio, la recomendación de “transmitir con copia oculta”, la supuesta existencia de una “autoconvocatoria” (aunque dos meses antes los “autoconvocados” revelaran “profundos debates”, sin decir en qué círculo íntimo, para elegir el lugar central de la marcha). Pero el anonimato es de doble filo: su impunidad cobarde no contribuye a su propio fin; al no poder concretarse en un factor a la luz del día, no puede afirmarse como alternativa real para la sociedad, por más que se junten miles o millones de personas en todas las plazas de la Argentina. 


Y ése es el aspecto más peligroso que tuvo el movimiento del 8N: su marginalidad conceptual. “Que se vayan todos”, “que renuncie el gobierno”, “no la queremos (a Cristina Fernández)”, son generalidades que no tienen perspectiva ni coherencia, al menos dentro de lo que fija la Constitución Nacional sobre las herramientas populares. Únicamente fuera de ese marco, en el ámbito de la simplificación, en el delirio fascista de una minoría resentida por el paso de la historia, encuentran espacio los gritos de los energúmenos que se hicieron eco de aquella barbaridad emitida por el hijo de Jorge Porcel y levantada por Cecilia Pando: “no fueron treinta mil; faltaron treinta mil”. 

Esas atrocidades verbales (reflejo de las atrocidades morales de sus autores y propaladores) invalidan las acusaciones contra Cristina Fernández de “soberbia”, “autoritaria” o “ajena a la realidad”. ¿Hablan de dictadura K los personeros de una derecha que fue brazo ejecutor o, cuanto menos apoyo, del último régimen militar? ¿Qué destino les hubiese aguardado a manifestantes contra Videla, Viola, Galtieri o Bignone, en el mismo tono de los del 8N? ¿Cuánto hubieran durado en el aire transmisiones en directo de esas hipotéticas (e imposibles) marchas? ¿No fue “autoritario” un Martínez de Hoz al implementar un plan económico basado en el aplastamiento de la libertad y de los derechos constitucionales? ¿No fue “soberbio” un Cavallo (ídolo de los sacerdotes del mercado) cuando estatizó (nos transfirió a todos los ciudadanos) la deuda externa de un grupo de timberos económicos? ¿No fue “ajeno a la realidad” un Galtieri cuando contaba el cuento de la victoria en una derrota de Malvinas que estaba cantada antes de empezar la guerra? Muchos de los que en el 8N humearon de furia ¿Qué hacían cuando el país humeaba de matanzas y de bancarrota?



Diagramación & Diseño: Pachakamakin

7.02.2012

CRUEL EN EL CARTEL


Por Damián Tabarovsky



No recuerdo si fue bajo el gobierno de Macri, Telerman, Ibarra o incluso antes, en el de De la Rúa, cuando era jefe de Gobierno de la Ciudad. Pero recuerdo con exactitud que eran unos afiches que decían “La cultura llegó a los barrios”, donde se indicaban las actividades en los centros culturales barriales. Sería demasiado fácil burlarse de esos viejos carteles que ya no recuerda nadie: la idea de que la cultura “llega” a un barrio, es decir que se irradia desde el centro para llegar al barrio –que, obviamente, antes de esa llegada no tenía cultura–, es tan rudimentaria que ni vale la pena detenerse. 

Otro asunto son las instituciones culturales y sus comercios que, como sabemos, son cada vez más escasos en las barriadas porteñas. Cines que se han vuelto garajes o templos, librerías que han cerrado, centros culturales abandonados, son avatares de todos los días. Y si ya casi no hay esa clase de establecimientos, tampoco llegan demasiado las publicidades sobre temas culturales. A mí me gusta andar por las anchas avenidas del centro sólo para ver las propagandas de las películas por estrenar, de las obras de teatro, de los megarrecitales auspiciados por cervezas o celulares. 

Por eso, mucho me sorprendió, yendo a visitar a un amigo, la inmensa cantidad de afiches publicitarios de Evita. Jirones de su vida, de Felipe Pigna, pegados en la avenida Alvarez Thomas a la altura de la calle Estomba, en esa zona en que no se sabe si aún es Villa Ortúzar o ya es Villa Urquiza o incluso Colegiales. Llegado a la casa de mi amigo, le comenté el hallazgo y rápidamente, como en procesión cultural, nos dirigimos a la esquina en cuestión. Efectivamente, allí estaban los afiches, inmensos, resplandecientes. El mercado editorial también se ocupa de los barrios. Y entonces, mientras mirábamos levemente embobados la reproducción de la tapa del libro (una ilustración que muestra a Evita rodeada de niños), se nos ocurrió sacar la cuenta de cuántos libros, en estos últimos años, se escribieron sobre Evita y/o Perón y/o el peronismo: cuando, sin hacer demasiados esfuerzos, ya habíamos contabilizado 116 (entre narrativa, poesía, ensayo, no ficción) se largó a llover y tuvimos que guarecernos bajo un techito: eso sí que es el clima de época. Y de repente, nos surgió la duda: ¿Pigna no había ya escrito sobre Evita? Que sí, que no, que cómo Pigna iba a dejar pasar un filón así, que si también Pacho O’Donnell había escrito o no; cuando de golpe vimos algo en el cartel que hasta ese momento nos había pasado desapercibido: una especie de asterisco, una llamada, una estrellita de mil puntas que en su interior decía “Nuevo libro”.

Todo ocurría como si la propia publicidad se hubiera percatado de nuestras dudas y las había resuelto con un pequeño asterisco. ¡El libro era nuevo! ¿Y cómo podía ser entonces que nos parecía irremediablemente conocido? ¿Cómo podía ser que nos parecía que el libro ya había sido publicado hace años, y no sólo eso, sino también que ya lo habíamos leído (sin necesidad de leerlo), que ya sabíamos todo sobre el libro? El secreto de la publicidad: volver familiar aquello que ya nos era familiar (ese es también el secreto de buena parte de la literatura contemporánea de mercado o de la investigación histórica o periodística ídem: lo nuevo que no renueva nada).

Algo mojados llegamos a la casa de mi amigo, y uno de nosotros preguntó sobre los efectos culturales o políticos que pueden causar esos “nuevos” libros, los debates o discusiones que se pueden generar en torno de él. Un silencio entre piadoso y perplejo se apoderó de la habitación. Entre tanta retórica épica y contrarretórica inexpresiva, el mercado es el gran ausente de las discusiones políticas de estos años. En silencio, la casa gana.


Ilustración: Pachakamakin
Diagramación & DG: Pachakamakin