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12.04.2012

EL ENIGMA DE LAS PIRAMIDES CAIDAS



Por Juan José Oppizzi
Sus Artículos en ADN CreadoreS



La mañana de un lejano día de un no menos lejano año de un remoto siglo del cuarto milenio antes de Cristo, el gran faraón Kataforesis I, señor del Alto Egipto, recibió una infausta nueva: la pirámide que se estaba erigiendo para perpetuar su memoria en cuanto la barca de Amón lo llevara a los dominios solares, se había derrumbado. Diez años de trabajo y veinte mil quinientos sesenta y uno, de los treinta mil esclavos afectados a su construcción, acabaron sepultos en un alud de rocas y polvo arenoso. Desolado, el monarca llamó al gran consejero y adivino de la corte, el fiel Krisis, para obtener respecto del hecho alguna opinión sensata, que no se pareciera a los tartajeos incoherentes de los guardias que habían sobrevivido a la catástrofe o a las excusas laberínticas del anciano Eskuadris, el arquitecto real. 
–Divino faraón –dijo Krisis–, ya es la segunda vez que se desmorona tu aún no lograda pirámide. Diez años atrás ocurrió lo mismo, y casi con igual saldo de esclavos perdidos. Estas desgracias derivarán en otras, si no se consigue superarlas. Tu augusta persona no sólo no figurará en los frisos pétreos a leer por las generaciones venideras del mundo; ni siquiera en un insignificante libro que ha de aparecer dentro de varios milenios, llamado Guía Telefónica. Y la pérdida de esclavos nos somete a una falta alarmante de mano de obra que hará necesario buscar en otras clases sociales, con los consiguientes problemas; mi sutil don adivinatorio me dice que ni la nobleza ni el clero aceptarían de buen grado acarrear piedras del peso de dos o tres elefantes, bajo el látigo, a lo largo de diez años.
Kataforesis I se despojó de los báculos, adornos y cayados que portaba en sus audiencias, y que le impedían hacer aun el más mínimo gesto con las manos, y se quitó la corona, que con su peso en oro ya le estrujaba las vértebras cervicales. Libre de tanto chirimbolo, se confió a Krisis, según era su costumbre en esas entrevistas a solas.

–Épocas abrumadoras me han tocado en suerte –reflexionó–. Creí que, como representante de una nueva dinastía, iba a librarme del sino que se proyectó sobre mis dos últimos antecesores en el trono. Como bien sabes, mi fiel Krisis, tanto a Idiotep IV como a Chismosis IX se les derrumbaron sus respectivas pirámides antes de que fueran acabadas. Los monumentos funerarios previos a esos dos reyes consistieron en vulgares túmulos que podría haber ideado un niño en sus juegos con las arenas del Nilo.–Divino faraón –intervino Krisis–, la aplicación de las formas piramidales en las obras faraónicas, debida al ilustre arquitecto Plomadis, abuelo del venerable Eskuadris, fue una genial novedad que merecería un derrotero más venturoso. Algo en su práctica no es quizá grato a los dioses. 
–Sí –admitió Kataforesis I–. Ya lo he pensado. En el caso de Idiotep IV, tal vez se debió a sus más bien escuálidas dotes personales. Todos recordamos cuán ineludible fue borrar los frisos que narraban su vida, pues la gente iba expresamente a leerlos para reírse de las boberías escritas allí. Me desconcierta el no poder explicarme cómo el inmenso Horus pudo haber encarnado en alguien tan imbécil. 
–Es posible –arriesgó Krisis– que el inmenso Horus, harto de moverse en las doradas leyes de lo perfecto, haya querido experimentar las vivencias de un marmota como Idiotep IV. 
–En el caso de Chismosis IX –siguió Kataforesis I–, seguramente el encono de los dioses halló un motivo firme en su manía de vivir pendiente de los mil y un enredos íntimos de la corte, el clero y la nobleza, descuidando los asuntos de estado. Él podía enumerar cada incursión de cada mancebo sobre cada virgen del Templo de Isis, cada reunión desenfrenada de los sacerdotes de Ptah, cada secreto intercambio de pareja de cada noble; pero no sabía que los ejércitos del país de Mitani se lavaban los pies en el delta del Nilo, ni que las hordas nubias ennegrecían el Valle de los Reyes. 
–Tampoco sabía –agregó Krisis– que su propia cornamenta superaba a la del buey Apis, que es decir mucho. 
–Cierto –admitió Kataforesis I–. Lo que no entiendo es por qué en mi caso los dioses continúan adversos a la erección de las pirámides. Reúno inteligencia, bondad, simpatía, belleza, generosidad, coraje, destreza, rapidez, elocuencia, precisión, lealtad, arrojo... 
–La lista, hecha en friso, abarcaría el reino de extremo a extremo, divino faraón –sintetizó Krisis–. Amón guarde tu modestia, que exhibes al mencionar apenas quince de los millones de virtudes que relucen en tu adorable persona. Sin dudas, no es algo de ti lo ingrato a los dioses. Me he tomado la libertad de indagar subrepticiamente a Eskuadris, el arquitecto real, en busca de otros indicios. 
–¿Has podido entenderle? –Kataforesis I hizo una mueca de fastidio. 
Krisis suspiró: 

–Sus explicaciones técnicas me fueron tan oscuras como lo serán por milenios nuestros jeroglíficos para los hombres que pueblan las tierras allende el mar donde el Nilo vuelca sus aguas. Los muchos años que Eskuadris porta en los huesos le nublan por momentos la razón. Suele mezclar su saber arquitectónico con ciertas veleidades médicas no atendidas en la juventud. Hace algún tiempo, pretendiendo aumentar la fuerza de los esclavos, les dio a beber una pócima hecha por él y ocasionó más bajas que el derrumbe de la pirámide.
Kataforesis I se enjugó la transpiración de la cara y dijo: 

–Aquí, mi fiel Krisis, se impone otra clase de búsqueda. Ya que el asunto involucra la actitud de los dioses, es en ellos en donde hay que hallar las respuestas.
Krisis vio venírsele encima una tarea compleja, por lo que intentó un desvío para las ansias del rey: 

–Sugiero a Astut, el gran sacerdote del Templo de Osiris, en aras de tan sensible empeño, divino faraón. –El sagaz Astut me parece tan fiable como las verdosas áspides que acechan en las arenas –confesó el monarca–. Mira este trono con ojos codiciosos. 
–Pero, divino faraón –objetó Krisis–, el acceso al trono siempre es dispuesto por el inmenso Horus cuando encarna en el elegido nonato. 
Kataforesis I retuvo el aire en una drástica inspiración, y luego fue expeliéndolo a dosis breves: 

Astut está encargándose de comunicar un pretendido nuevo decreto del inmenso Horus. En él figura un cambio en su régimen de encarnaciones. Ahora podría efectuarlas a cualquier altura de la vida del elegido. No necesito de mucha suspicacia para advertir cómo serviría ese argumento a los fines de deslegitimar mi permanencia y de justificar el eventual ascenso de Astut. Si yo recurriere a él para indagar las causas de los sabotajes divinos a mi frustrada pirámide, estaría dándole una herramienta adicional a sus ánimos conspirativos. 
Krisis, ya resignado a lo inevitable de su labor metafísica, cumplió con la rutina lamerona: 

Horus guarde tu deslumbradora inteligencia, divino faraón, y me dé suficiente energía en la misión que preveo.
–Mi fiel Krisis –sonrió el faraón–, no en vano eres el gran consejero y adivino de la corte. Nadie mejor que tú para realizar esta invalorable y ultrasecreta misión. Deberás emplear tus dones en averiguar con los dioses el motivo de sus disconformidades aniquiladoras de pirámides. 
Krisis no agregó ni un silbido a las palabras del faraón. Salió del ambiente real y se dispuso a dar comienzo a la compleja tarea. 

El radiante Amón voló muchísimas veces sobre el Alto Egipto, los cocodrilos del Nilo se bañaron en varias lunas llenas y las áspides reptaron largos trechos por las arenas del desierto. Al fin, el diligente gran consejero y adivino de la corte solicitó una audiencia con Kataforesis I. El monarca se sorprendió al ver maltrecho a Krisis.

–Divino faraón –explicó el súbdito–, en honor a tu índole, me pareció adecuado consultar en primer término con el inmenso Horus. Aunque tal vez por tu misma condición de encarnado suyo hubieras podido hacerlo tú directamente, usando un mero circuito introspectivo.
Kataforesis I carraspeó para aclarar su majestuosa voz: 

–Mis deberes de gobierno me sustraen de un contacto diario con mis esencias divinas. Amón le guarde por siglos al Alto Egipto el privilegio de tenerte como rey –subsanó Krisis para evitar escozores en el ego faraónico–. Por mi parte, guardaré de por vida la experiencia de haber llegado, en trance, al pie del trono de Horus. 
–Guiándome por el estado en que vienes –observó el faraón–, diría más bien que llegaste al pie de un zarzal. 
–Interrogué al inmenso Horus sobre las reiteradas catástrofes habidas en las erecciones de las pirámides –siguió explicando Krisis–, y dispuse los oídos para la egregia respuesta del dios, que me había escuchado atentamente. Pero, como tú sabes, divino Kataforesis I, Horus tiene cabeza de halcón, por lo cual estuvo un rato chillando y bisbiseando, sin que yo pudiera entender nada. Nuestras épocas no gozan de lo que en un lejano futuro se denominará “subtitulado”, maravilloso recurso que ha de acabar con los muros separadores de las lenguas. 
–Deja tus raras profecías a un lado y cuéntame qué sucedió luego –dijo, impaciente, el faraón. 
–Le rogué al inmenso Horus que me aclarase todo lo chillado y bisbiseado, y él volvió a chillar y bisbisear de igual modo incomprensible para mí –continuó el gran consejero y adivino de la corte–, lo que me llevó a otro ruego de aclaraciones, que originó otros chillidos y bisbiseos, hasta que, frente a mi tercer ruego, el inmenso Horus arremetió contra mi persona a inmensos picotazos, cuyas marcas puedes ver, divino faraón, y dio por finalizada la entrevista. 
Kataforesis I se agarró la cabeza con ambas manos (operación que le facilitó encubrir el alivio del peso de la corona en sus ruinosas vértebras cervicales): 

–¡Horus enojado! ¡Era lo único que me faltaba! Tal vez quite su esencia divina de mi cuerpo, dándole asidero a las afirmaciones de Astut, el gran sacerdote del templo de Osiris. ¿Es que tú, mi fiel Krisis, eres un agente encubierto de Astut? –¡Me fulminen los dioses antes de caer en ese oprobio! –exclamó Krisis, temiendo que finalizara la unión de su tronco y su cabeza–. En prueba de la férrea lealtad que me une a tu adorable persona, divina parte de Horus, te ruego humildemente autorización para reemprender ya mismo la búsqueda de la anhelada respuesta en las regiones ultrahumanas. 
–¡Urge que así sea! –Kataforesis I hizo un ademán que dio por tierra con báculos, adornos y cayados–. Pero te ordeno que emplees tanta energía en la indagación como en el cuidado por mantener la sutileza de los métodos. 
El fiel Krisis no aguardó ni que el monarca tomara aire tras concluir sus palabras; corriendo, fue a abocarse al periplo ultramundano que le faltaba. 

El radiante Amón voló otras muchas veces sobre el Alto Egipto, los cocodrilos del Nilo se bañaron en varias otras lunas llenas y las áspides reptaron otros largos trechos por las arenas del desierto. Como el gran consejero y adivino de la corte no daba señales de presentarse a rendir informes, Kataforesis I mandó buscarlo. No desdeñable fue su asombro cuando los enviados aparecieron con unas angarillas y depositaron a Krisis, lleno de golpes, heridas y fracturas, al pie del trono. Una vez a solas, el faraón se despojó de báculos, adornos y cayados; no pudo quitarse la corona, ya que un adelgazamiento general se la había hecho encastrar de modo permanente. Sosteniéndose la cabeza con ambas manos, logró preguntar:

–Mi fiel y destartalado Krisis, ¿qué averiguaste en la región de los inmortales?
El gran consejero y adivino de la corte hizo mover los carrillos en vano por un rato, hasta que se le oyeron algunas palabras: 

–Divino faraón, consulté con Anubis, el dios chacal; con Bastet, la diosa gata; con Kentamentiu, el dios lobo; con Knum, el dios carnero; con Sebek, el dios cocodrilo; y con Tot, el dios ibis. En todos los casos me ocurrió lo mismo que con Horus: escuché ladridos, maullidos, gruñidos, balidos y todo tipo de sonidos, excepto algo que me fuera inteligible. Rogué aclaraciones y recibí mordiscos, arañazos, patadas y cornadas. –¡Te ordené cuidado en mantener la sutileza de los métodos! –pretendió gritar Kataforesis I, pero un mayúsculo dolor en las vértebras cervicales redujo su voz a un gemido. 
–Divino faraón –susurró Krisis–, yo no tengo la culpa de que casi todos nuestros dioses sean medio bestias. Me parece que es hora de que adopten figuras más antropomórficas, o de que se molesten en buscar traductores. 
El faraón, en medio de un paulatino mareo, se inclinó, exhausto: 

–¿Eso es todo lo que pudiste recabar, mi fiel Krisis?
El gran consejero y adivino de la corte hizo otro largo agitar de maxilares, antes de ser de nuevo entendible: 

–Hay algo más, divino faraón. Cuando yo emergía ya del movido trance, pero sito aún entre las dos regiones, la de los inmortales y la nuestra, escuché una descomunal risa, llena de sarcasmo; vi un esbozo del rostro de Amón y el áureo dios habló. –¿Qué fue lo que dijo? –alcanzó a preguntar Kataforesis I, antes de caer trono abajo y quedar tendido junto a Krisis. 
–Dijo –el gran consejero y adivino de la corte se ahogaba– que dejemos de ser tan papanatas, ¡Que construyamos las pirámides con las puntas hacia arriba! 

Fotografía: Alex Bramwell
Diseño y Diagramación: Pachakamakin

5.17.2012

LOS TAROTS I

Por E. H.
Traducción: S. d´Hooghvoorst


Vio el conjunto de las cosas, y habiendo visto,
entendió...
Las cosas que conoció las grabó,
y habiéndolas grabado,
las ocultó... a fin de que toda generación tuviera que buscarlas.
HERMES TRISMEGISTO [1] 

¿Quién no ha realizado alguna vez una consulta al Tarot? El método es conocido: el consultante baraja las cartas, luego, las saca una por una de la pila. Entonces, el intérprete las coloca en un cierto orden y en ellas lee el porvenir según milenarias reglas adivinatorias, Si el intérprete, a menudo una mujer, está dotado y tiene experiencia, se pueden sacar curiosas verdades de esta consulta. Lo hemos experimentado. Esta clase de adivinación se llama cartomancia, en la cual las cartas sirven de soporte a un tipo de videncia natural para la que algunas personas están dotadas.

La cartomancia es un procedimiento muy ampliamente difundido en el mundo, ya que existen antiguas cartas chinas, indias e incluso musulmanas. De entre todos los juegos de Tarot, el más conocido en nuestros países es el antiguo Tarot de Marsella [2] llamado también Tarot de los Bohemios. De este juego nos ocupamos sobre todo en este estudio.
Pero, la simple cartomancia vulgar no lo explica todo. Ante la complicación de estos dibujos, cabe la pregunta de saber con qué intención se concibieron inicialmente estas cartas. Considerándolas atentamente, ¿No nos encontramos ante un mensaje de alcance más profundo y esencial?

El origen de la palabra Tarot es mal conocido. El adjetivo taroté [3] se refiere a cartas cuyo dorso está marcado de gris en compartimentos [4]. Pero, taroté se decía antiguamente de «una superficie dorada con hojas, cuando estaba troquelada o grabada con un estilete o un punzón para imprimir un dibujo en el oro. Los fondos de los primeros tarots iluminados eran obtenidos de esta manera.» [5] Uno de los más antiguos juegos de Tarot que se conocen, el Tarot de Visconti (siglo XV, Milán), nos muestra, en efecto, personajes pintados sobre hojas de oro «tarotadas», como podemos observar en la figura 1. [6]

Estas Láminas de oro grabadas y pintadas, ¿Acaso no hacen referencia a esta filosofía del Oro Sabio, u Oro del Templo, de la que ya hemos tenido oportunidad de hablar, y por la cual los profetas profetizaron?

Nos encontraríamos, pues, ante un mutus liber, que los antiguos imagineros nos habrían transmitido bajo el velo de la cartomancia. Al menos, tal parece haber sido la intención del Adepto desconocido que grabó con tanto cuidado las Láminas del Tarot de Marsella.
Ya en el siglo XVIII, el ministro protestante francés Antoine Court de Gebelin (1725-1784) fue uno de los primeros en presentir en sus escritos la verdadera naturaleza de los Tarots.
«Si se oyera anunciar -escribía- que aún existe hoy en día una obra de los antiguos egipcios, uno de sus libros escapado a las llamas que devoraron sus espléndidas bibliotecas, todos estarían impacientes por conocer un libro tan precioso, tan extraordinario. No obstante, el hecho es muy cierto, este libro egipcio, único resto de sus espléndidas bibliotecas, existe hoy en día; incluso es tan común que ningún sabio se ha dignado ocuparse de él, nadie, antes de nosotros, habiendo sospechado su ilustre origen. Este libro está compuesto de 72 hojas o imágenes, incluso 73, [7] dividido en clases. Este libro es, en una palabra, el juego de los Tarots.»
Nuestro autor sabía bien de qué se trataba. Añade, un poco más lejos:
«... efecto necesario de la forma frívola y ligera de este libro que le ha permitido triunfar sobre todas las épocas y llegar hasta nosotros con una frivolidad poco común; la misma ignorancia en la cual hemos estado, hasta ahora, acerca de lo que representaba, ha sido un acertado salvoconducto que le ha permitido atravesar tranquilamente todos los siglos sin que se haya pensado en hacerlo desaparecer...» [8]
Así pues, el uso que se ha hecho de ellos ha salvado de la desaparición a nuestros preciosos Tarots.

Especifiquemos ahora en qué sentido convendría entender una cartomancia original que fuera como el reflejo de la Gran Obra. Si se ha acabado considerando a los Tarots como un medio para prever el porvenir, en el sentido vulgar de la palabra, es a causa de una especie de amputación de su principio, ignorando la intención primitiva de los imagineros.
La adivinación vulgar ya no es más que la cáscara vacía de la antigua predicción o profecía cuya función no es anunciar lo que acontecerá mañana o pasado mañana, sino decir el mundo por venir o edad de oro, lo cual es muy distinto. Es únicamente en esta última perspectiva como convendría estudiar los libros proféticos. Ocurre, generalmente, que el profeta, en el anuncio o descripción de esta edad de oro, llegue, de modo natural, a describir la disolución de la edad de hierro, es decir, de este mundo. La finalidad de la profecía sólo radica en el único misterio de la regeneración del mundo.

Tirar las cartas es decir la suerte o la buenaventura, ¡Lo cual traduce muy exactamente el sentido de la palabra griega Eleusis!

Así pues, la intención de los antiguos imagineros era ver en los Tarots la imagen de un cielo terrestre llamado también firmamento o espejo de oro, el cual los profetas han examinado. Por esta razón los han concebido como láminas "tarotadas","doradas a la hoja, troqueladas o grabadas con un estilete para imprimir mejor un dibujo sobre el oro". Seguidamente, animaron sus dibujos, coloreándolos.

Ocupémonos, primeramente, de nuestras Láminas de oro dibujadas. Con el tiempo, las hojas de oro han desaparecido de estos grabados, pero la intención ha permanecido.

¿Acaso no se las llama comúnmente "las láminas del Tarot"?
Precisamente, volveremos a encontrar estas láminas, calificadas de celestes, en el texto hebreo de la Biblia, leyendo la descripción del segundo día de la creación, la creación del firmamento. La palabra latina firmamentum evoca una idea de solidez.

En efecto, leemos en Génesis I, 6: «Y Elohim dijo: Que haya un firmamento en el seno de las aguas». La palabra traducida por "firmamento" se dice en hebreo Raky'a, y proviene de una raíz (reish, kof, ayin), que significa extender, pero el verbo también tiene el sentido de extender y colorear en azul. He aquí dos ejemplos:

En Números 17, 3: "De los incensarios de esta gente, pecadores contra sus vidas, se harán láminas finas [hebr.: Reku'im: extendidas con martillo] para revestir el altar".
En Exodo 39, 3: «Y extendieron [hebr.: vairke'u: laminaron] Láminas de oro». Aquí se trata de la confección del tahalí del gran sacerdote, hecho con hilos de oro, azul, púrpura, escarlata y lino fino (como adamascado, según la traducción del rabinato francés). Notemos que encontramos aquí, en este tahalí, los colores principales de las láminas de los Tarots: oro, azul, rojo.

También Virgilio, en la Eneida, nos ha hablado de láminas de oro martilleadas, en el sexto canto de su poema (verso 136 y ss.). Se trata de este famoso ramo de oro, del cual, en el curso de su descenso a los Infiernos, el héroe ha de apoderarse para llegar a sus fines:
Latet arbore opaca
aureus et foliis et lento vimine ramus
lunomi infernae dictus sacer...
"Se esconde en un árbol frondoso una rama dorada cuyas hojas y tallo son maleables [lento: extendidas bajo el martillo]; se dice que está consagrado a Juno infernal..."

Los Tarots de Marsella están compuestos de 78 Láminas. Primeramente, se encuentran las cuatro series del juego de cartas ordinario, pero cuyos símbolos son distintos: las Copas (correspondientes a los Corazones), los Oros (a los Diamantes), los Bastos (a los Tréboles) y las Espadas (a las Picas), numeradas de uno a diez. Se han añadido cuatro Triunfos, en vez de tres en el juego de cartas: el Rey, la Dama, el Caballero y la Sota. [9] Pero a estas cuatro series del juego de cartas, el Tarot añade una quinta, compuesta de 21 cartas llamadas Láminas Mayores o Triunfos y numeradas de 1 a 21. He aquí la lista:


  • I. El Mago
  • II. La Papisa
  • III. La Emperatriz 
  • IV. El Emperador 
  • V. El Papa 
  • VI. El Enamorado 
  • VII. El Carro 
  • VIII. La Justicia 
  • IX. El Hermitaño 
  • X. La Rueda de la Fortuna 
  • XI. La Fuerza
  • XII. El Ahorcado o El Colgado 
  • XIII. Lámina sin nombre (representado la muerte)
  • XIV. La Templanza 
  • XV. El Diablo 
  • VIX. La Torre 
  • XVII. La Estrella 
  • XVIII. La Luna 
  • XIX. El Sol 
  • XX. El Juicio 
  • XXI. El Mundo


Sin embargo, dos de estas Láminas fueron introducidas en el juego posteriormente. No son de la misma factura y no tienen ningún sentido jeroglífico; son el Emperador y la Emperatriz, que representan en cartomancia, al consultante o a la consultante. 

Retirándolas del juego, nos quedarán diecinueve láminas mayores. En cuanto a la última carta, el Loco, está excluida del orden de los números y, por consiguiente, de la creación. Es el comodín del juego de cartas usual. Se interpreta como el hombre perdido en este mundo, y que no tomará parte en el mundo por venir.

La sencillez de estos dibujos no es más que aparente. Un examen atento nos muestra una gran minuciosidad en el trazo, como si el autor, incluso en los mínimos detalles, hubiese querido transmitir un mensaje preciso; se encuentran extrañezas inexplicables a primera vista, errores de dibujo que parecen haber sido hechos adrede, pequeños detalles inesperados ejecutados cuidadosamente. En realidad, el autor ha mostrado ser un grabador [10] experto, sutil y talentoso.

He aquí algunos ejemplos:

  • Un Caballero sostiene una Copa; examinando atentamente el dibujo, nos damos cuenta que en realidad no la sostiene, sino que está como suspendida en el aire al lado de su mano tendida (el Caballero de Copas).
  • Las ruedas del Carro están, en realidad, opuestas, en vez de ser paralelas, de manera que el Carro no puede avanzar en el sentido en que es arrastrado (lámina VII).
  • ¿Por qué la lámina novena es llamada el Hermitaño? [11] ¿No debería ser el Ermitaño?
  • Algunos personajes sostienen una espada sin guarnición (Reina de Copas).
Dejamos a la atención del lector el poder hacer otros descubrimientos de este tipo. Pero daremos un poco más adelante una interpretación muy completa de una de estas Láminas, la Lámina XVI, en la cual veremos que ningún detalle era inútil.

Sin embargo, los Tarots son grabados coloreados, es decir, animados. En los Tarots de Marsella, los colores no han sido escogidos al azar, sino que se refieren todos a una realidad oculta.

Hay, en primer lugar, tres colores principales: el Azul, el Dorado y el Rojo. El Azul indica el Espíritu, el Oro el Cuerpo y el Rojo el sentido. Pero son equívocos; así, el Azul significará ya sea el cielo o lo que viene del cielo, ya sea el sheol, la ilusión, el sueño, el engaño, o también el volátil, el disolvente. Lo mismo ocurre con el precioso metal, el cual significará el cuerpo del oro noble o del oro vil, el metal muerto o vivo, el oro de los elegidos y el de los avaros. Lo mismo ocurre con el sentido.

La interpretación jeroglífica de cada una de las láminas dependerá, pues, de la situación de los colores en relación con el dibujo. Hay aquí todo un lenguaje, una verdadera gramática que hay que aprender poco a poco para poder leer y comprender.

La naturaleza del Oro, por ejemplo, será muy diferente según que el personaje lo lleve en la cabeza, como un casco, o que lo tenga en la mano bajo tal o cual forma, o que lo lleve sobre su vestido, etc... Estos tres colores siempre se vuelven a encontrar en cada una de las láminas y, con las particularidades del dibujo, forman el lenguaje que el autor ha utilizado. No podemos, en el marco de este estudio, extendernos sobre esta cuestión importante, pero volveremos a ello en otras circunstancias. especifiquemos, no obstante, que estos tres colores designan también las tres substancias que los Magos, llegados de Oriente, ofrecieron al Niño-Dios en su pesebre: el Oro puro para el cuerpo, el incienso para el espíritu y la Mirra para el sentido que une el espíritu con el cuerpo.

Los colores secundarios son el Blanco, signo de pureza, el Verde, para significar la naturaleza, y a veces el Negro. Tenemos, pues, los seis colores principales de la heráldica: gules, azur, oro, blanco o plata, sinople y sable. Finalmente, el color carne sirve para colorear a los diferentes personajes.

Ahora, a título de ejemplo, proponemos al lector una interpretación de la Lámina XVI, La Torre [12]
En primer lugar, he aquí la interpretación dada por Court de Gebelin en Le Monde Primitif. Es un buen resumen de la de los cartománticos:
«La Torre [en francés Maison-Dieu] o Castillo de Plutón: esta vez sí que tenemos aquí una lección contra la avaricia. Esta imagen representa una torre que es llamada Casa-Dios, es decir, la casa por excelencia; es una torre llena de oro, es el castillo de Plutón, cae en ruinas y sus adoradores caen aplastados bajo sus escombros.»
Esta lámina está considerada como temible cuando sale en el juego. Significa derrumbamiento, ruina y la gama más sombría de accidentes. Es, pues, una mala lámina.
No obstante, un examen atento desmentirá del todo esta interpretación. En efecto, ¿Acaso no cabe extrañarse de que esta torre tambaleante sea denominada Casa-Dios? Este término evocaría la idea de un tabernáculo más que la de una reserva de oro vulgar amenazada por la ruina. Consideremos atentamente el grabado.

Vemos, en realidad, una torre cuyo techo se levanta sin dificultad, como una tapadera.
Así pues, aquí no se trata de una torre fulminada. Es simplemente, el atanor u horno de los alquimistas en el momento en que se produce lo que se llama la primera conjunción, que es el "don de Dios". Lo que penetra en la torre es este nitro corruscante que se convertirá en el Mercurio de los Filósofos. El atanor ha sido a menudo descrito por los autores antiguos como una torre redonda de ladrillos cimentados. ¿Acaso no vemos, por las tres ventanas de esta torre, que se está llenando de este gran aire que es el azul celeste? Es la noble sangre azul, que se irá cuajando poco a poco en miel de caridad.

Es este mismo nitro corruscante, llamado también nitro de los montes, que fue manifestado al sabio Moisés [13] en la nube en medio de los rayos. Éxodo XIX, 16 y ss. Veamos, pues, aquí, con este gran don, el comienzo de la obra de la Cábala Química o misterio de la creación.

Los dos personajes, lejos de ser precipitados de lo alto de la torre, son, en realidad, dos locos bailando sobre la cabeza como niños alegres. Es la danza llamada de Salomé (ver figura siguiente) o Danza de David ante el Arca. También se podrá interpretar diciendo que andan cabeza abajo para leer mejor los signos inscritos en esta tierra filosófica o Santo Egipto.

Uno es el Maestro y el otro, el Discípulo. En efecto, el Maestro enseña mediante la Palabra y muestra con la mano; por esta razón el cuerpo del personaje de la derecha permanece escondido, excepto la cabeza y el brazo, que lo definen. El personaje de la izquierda es el Discípulo: el cuerpo rojo y arrugado del hombre de los sentidos empieza a resquebrajarse, como un caparazón agrietado, por efecto del empuje interior del hombre Celeste [14]. Se observará, en las rodillas, las calzas gastadas por la plegaria. La posición de las piernas es significativa: aquí, el pie levantado verticalmente indica una jerarquía entre el Espíritu y el Sentido; el pie levantado veja el estudio ya que, aquí, el Espíritu domina el Sentido. En lo que se refiere a la otra pierna, el pie azul y la pierna roja están a la misma altura: el Espíritu y el Sentido se equilibran mutuamente, van a la par.

Al pie de la torre, sobre un suelo seco, se ven dos pequeños charcos de agua: este agua debería estar en el interior, pero el dibujante no ha encontrado otro medio para indicar este vapor condensado en las paredes y que, poco a poco, fluye en forma de agua al fondo del vaso. Es la fuente de la que beberá el sabio Discípulo de la Filosofía.

Veamos, finalmente, el "mercurio vulgar" en estos pequeños círculos azules, blancos y rojos, cayendo poco a poco en el suelo; el azul indica su naturaleza celeste; el blanco, su pureza cuando no está mezclado con los mixtos; el rojo nos recuerda la naturaleza, en algún modo mágica, de este aire sensible que anima nuestro mundo.

Muchos ocultistas, desde Etteilla [15], han creído tener que volver a dibujar los Tarots, alardeando de hacerlo mejor que el antiguo imaginero, pero sin haber jamás poseído, es evidente, ni su saber ni su intención. Consideremos la misma Lámina XVI redibujada por Oswald Wirth, un estimable erudito del siglo pasado. El dibujo es agradable pero, ¿Qué queda en todo esto del sentido de la Lámina? Los dos personajes que reciben cada uno un ladrillo en la cabeza nos hace pensar en las desventuras del célebre Capitán Haddock, antes que en la Gran Obra.

Proponemos, en el siguiente estudio, un comentario de la lámina no numerada, El Loco, que expresa la desdichada condición del hombre perdido aquí abajo. Pero, explicar los jeroglíficos de todas las Láminas no sería conforme a las intenciones del Autor. Ha querido, en efecto, que este libro permanezca sellado, que el sentido de estas sabias figuras no fuera divulgado.

No obstante, esperamos que se nos perdone esta publicación si es juzgada indiscreta. Hemos querido rendir un homenaje filial al recuerdo olvidado del Sabio Imaginero cuyos jeroglíficos encantan nuestro estudio. Asimismo, deseamos atraer la intención del lector curioso sobre un libro de entre los más sabios y más divulgados y, sin embargo, de los más ignorados. Así es en este mundo: la Sabiduría está clamando en los lugares públicos, algunos intentan imitarla, pero nadie la escucha.

POST-SCRIPTUM: LA DANZA DE SALOMÉ

Salomé significa "reposo del Señor".
La figura siguiente reproduce el tímpano del portal izquierdo, llamado Portal de San Juan, de la Catedral de Rouen. En el nivel superior del tímpano, vemos el amortajamiento del santo Precursor. En el nivel inferior, el festín de Herodes, la Danza de Salomé, la decapitación de San Juan y la entrega hecha por Salomé a Herodías, de la cabeza cortada (Mateo XIV, 1 a 12).

Salomé [16] también ella, baila sobre la cabeza. Se ve, un poco más arriba de sus rodillas, el huevo filosofal sobre un soporte de piedra. El parentesco de inspiración del escultor y del imaginero parece evidente. La decapitación de Juan Bautista ha sido a menudo comentada por los Padres, quienes la evocaron en su polémica contra los judíos de la época. Leemos en Orígenes (siglo II): 
"Mira este pueblo en el que alimentos puros e impuros son examinados, mientras desprecia la profecía presentada en bandeja a modo de alimento". 
[17] La cabeza de Juan Bautista representaría, pues, el principio de la profecía, del que se privaron los judíos por la decapitación del Santo. Orígenes añade, en efecto:
«Decapitan la Palabra Profética, tras haberla encerrado en una prisión, no conservando más que una palabra cadáver, mutilada, que ya no tiene ninguna parte sana, ya que no la entienden».
[18] Reflexión todavía de actualidad, aplicable a mucha gente... Se puede poner en relación este pasaje con la decapitación de Polidoro en la Eneida, que hemos evocado en Le Fil d'Ariane, Nº 7: Polydorum obruncat... etc... [19]

También David bailaba ante el Arca del Señor: II Samuel VI. Su esposa Mical le vio bailar y le despreció en su corazón. Le dijo: "¡Cómo ha sido honrado hoy el rey de Israel, él, quien se ha desnudado ante sus sirvientas y servidores como un hombre de nada!" Bailando, él también, sobre la cabeza ante el Arca, había, pues, desnudado su fundamento... Es en el mismo sentido que el autor de El Mensaje Reencontrado escribió: 
"Heme aquí barrido, andando sobre la cabeza... con gran escándalo para los bien pensantes". [20]

Imagen: Holly Sierra
Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández



[1] Corpus Hermeticum, vol. IV, p. 2. La virgen del mundo, tr. XXIII, Trad. Fsetugière, Les Belles Lettres, París, 1954.
[2] Ed. B. P. Grimaud.
[3] Sin tener la pretensión de querer crear lenguaje, podríamos traducir esta palabra francesa, cuyo equivalente literal no existe en castellano, por "tarotado". Notemos que en catalán existen palabras que, si bien no se refieren directamente a ello en cuanto al significado, tienen un parentesco etimológico con el Tarot: "destarotat" significa "desconcertado". Otra palabra, menos usual, es la empleada para decir un "sombrero viejo": "tarot".
[4] Diccionario Littré.
[5] Según la excelente explicación de D. Gabriele Mandel: Les Tarots des Visconti, Ed. Vilo, París, 1975.
[6] Ver Tarots de los Visconti: Le Bagatin (Su Majestad Carnaval), Le Bateleur.
[7] En realidad LXXVI, como veremos.
[8] A. Court de Gebelin: Le monde primitif analysé et comparé avec le monde moderne considéré dans divers objets concernant l'historie, le blason, les monnaies, les jeux... (París, 1781). Esta obra, aún ahora y respecto a muchas cosas, merecería ser consultada.
[9] Observemos que el juego de cartas español aún posee estos cuatro triunfos, entre ellos el Caballero. Así pues, algunos historiadores del Tarot han visto su origen en España y, quizá, como siendo una herencia de la ocupación musulmana. Tal vez no sea por casualidad que en español las cartas se llaman "naipes", una palabra que parece provenir del árabe "nabi": profeta. (Paul Boiteau: Les cartes à jouer et la cartomancie, Hachette, París, 1851).
[10] El Tarot de Marsella está grabado sobre madera. Existen dos series de matrices. Una pertenecería actualmente a un coleccionista americano, la otra es la utilizada por el editor Grimaud.
[11] La denominación francesa de la Lámina IX es: "L'Hermite, normalmente, para respetar la ortografía de la palabra, tendría que ser `L'Ermite´» (N. del T.)
[12] La denominación de esta carta en las ediciones francesas del Tarot es "La Maison-Dieu", o sea "La Casa-Dios". (N. del T.)
[13] Apareció varias veces en la revelación bíblica, por ejemplo: I Reyes XIX, 11-13; Ezequiel I-4; etc.
[14] Esaú, el hombre terrestre, es llamado Edom, recordando el color rojo, mientras que Jacob, su hermano gemelo que nació después de él, es llamado el hombre azul (en hebreo Tekheleth).
[15] Etteilla: su verdadero nombre Alliette, contemporáneo de Court de Gebelin y lector entusiasta de éste. Era el más erudito de los peluqueros. Había hecho pintar versos griegos sobre su puerta. Pero su erudición era debida en gran parte a su imaginación. He aquí las primeras líneas de su libro sobre los Tarots: "Es con razón que nos extrañamos de que el tiempo, que lo destruye todo, y la ignorancia que lo cambia todo, hayan dejado pasar a la posteridad una obra compuesta en el año 1828 de la creación, 171 años después del Diluvio y, finalmente, escrito hace hoy 3.953 años. Este libro fue redactado por diecisiete Magos, incluyendo el segundo de los descendientes de Mercurio-Athotis; éste, nieto de Cam y biznieto de Noé, el cual tri-Mercurio o tercero con este nombre, ordenó el libro de Toth (El Tarot) según la ciencia y la sabiduría de sus antepasados..." Etteilla murió en 1791. Es el autor de Tarots redibujados y de numerosas obras dedicadas a la Alquimia, la Cartomancia, etc...
[16] Salomé, hija de Herodías, se casó con Aristóbulo, rey de Armenia; tuvo un hijo llamado Herodión. ¿Se hizo cristiana Salomé, así como su marido y su hijo? Un pasaje de la Epístola a los Romanos hace referencia a la casa de Aristóbulo, XVI-10: "Saludad a los de la casa de Aristóbulo, saludad a Herodión mi allegado".
Ver Anatole Estryn: L'incendie de Rome sous Néron. En Les cahiers du cercle Ernest Renan, enero-febrero 1979, fasc. 108: ¡Según el comentario de Orígenes y el sentido espiritual del evangelio, Salomé sería un modelo a seguir para los cristianos...! Asimismo, encontramos una Salomé discípula de Jesús en el Evangelio según Tomás. Pero nada nos garantiza su identidad.
[17] Orígenes, Commentaire sur l'Evangile selon St. Matthieu, X-22. Sources Chrétiennes, vol. 162, p. 251 (trad. M. Fischer).
[18] Id., X-22, p. 252.
[19] La traducción de este artículo se ha publicado en La Puerta, "Alquimia", p. 33.
[20] L. Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, XXXVII-8'.