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6.10.2011

ARVEJAS SECAS REMOJADAS…


Por Roberto Daniel León



Dicen que un buen cigarro proporciona tiempo para pensar, o algo que llevarse a la boca. Tuve suerte. Un amigo me regaló un buen cigarro y yo me regalaba el placer de saborearlo después del almuerzo; cuando en mi afán de sostener la teoría y la práctica de que todo lo que tiene letras debe ser leído, posé mis ojos en una lata de arvejas cuyo exterior tenía letras. Algunas de ellas estaban destinadas a la marca del producto y otras a diversas especificaciones. Segundas en el orden de importancia, con relación a su tamaño (las más pequeñas ya no las veo) y ¿Coherentemente? agrupadas, llamaron mi atención unas que transcribo a continuación respetando el orden en que se encontraban: “arvejas secas remojadas”. Dado que aprendí a leer con el sistema antiguo, el fantasma de mi maestro de tercer grado apareció en el monitor y dijo -como si tal cosa– “… acá hay algo que no está bien”. Caramba, pensé. Será que arvejas se escribe con “h” o “b” larga, ahora? Cambiaron tantas cosas….

–“No, nene”, me dijo... (para los fantasmas no pasa el tiempo), “…acá hay una contradicción”. Cierto… dije en voz alta. Intenté explicarle que desde que me acostumbré a verlas, leerlas y escucharlas en abundancia, ya no las notaba tan fácilmente como antes. Por supuesto, no aceptó la excusa y quería que escribiera 100 veces en el cuaderno de deberes una oración que comenzó a dictarme inmediatamente: “Los servicios públicos tienen que ser privados. El estado es ineficiente.” No... me está jodiendo... aquí hay, además de maestro muerto, gato encerrado. Justamente él, no puede pretender que escriba eso en sentido afirmativo. Quise cuestionárselo... pero ya se había ido. Por qué me habrá dicho semejante cosa? De qué estábamos hablando...? Ah... sí. De las arvejas. No... de las contradicciones!!!  Eureka!!!

Ya lo entiendo. Era feo mi querido maestro, pero no idiota. Los conceptos de público y privado, son opuestos. Hace años, durante el lamentable fervor menemista-privatista, había – profesionales incluidos – muchos que se atrevían a decir, por ejemplo, que los hospitales debían ser manejados como una empresa, porque si no, daban pérdida. Quién diablos dijo que los servicios públicos tienen que dar ganancia? Si son públicos, son servicios que se prestan con los dineros del erario público. Son los impuestos que vuelven al pueblo. Por eso, los servicios públicos tiene que prestarlos el estado. Porque son servicios, no un negocio. Una empresa se forma con el objetivo de obtener ganancias. Es un negocio. No presupone la prestación de un servicio para todos. Y si no, por citar un ejemplo de servicio público como las comunicaciones, porqué las localidades pequeñas no tenemos acceso al servicio 0610? O un servicio de internet de alta velocidad? Fácil... porque no es negocio para la empresa. Ergo, este “servicio público” se presta solo donde da ganancia. Tiene lógica desde el punto de vista empresario, pero no desde el concepto de servicio.

Ahora llego a la otra parte: el estado es ineficiente. No escatimaron esfuerzo los menemistas y sus cómplices, en meternos muy adentro esa muletilla por todos los medios posibles. No paraban de hablar y no nos daban tiempo para pensar. Cierto es que tampoco teníamos mucha práctica en eso (pensar). No olvidemos que la tele no lo permite.

Ortega y Gasset, duro crítico de nuestras actitudes, decía y con razón, que los argentinos confundimos los edificios con las instituciones. Ejemplo cotidiano de esto, es el comentario que a menudo escuchamos en conversación de vecinos: “... ah, si. La escuela X es muy buena escuela”; limitando el concepto al edificio sin dudas, porque la eficiencia y calidad de esa institución pública estará dada por la eficiencia y calidad de sus directivos y docentes. Cuando éstos no estén mas, por jubilación, muerte o traslado, “la escuela X” puede dejar de ser buena. Porque bondad, eficiencia, capacidad, etc. son atributos de personas; no de entes impersonales. Entonces el estado, no es ineficiente. Pueden serlo (de hecho lo son) las personas que lo administran. De esta manera descubrimos que dándole una mano de pintura a la Casa Rosada, no cambiaremos nada. Cabe preguntarse que pasaría si nos decidiéramos a cambiar a las personas que lo administran, alternativa que no figura en la propuesta de ningún candidato. Entiéndase bien. Cambiar a las personas que administran el estado, no es cambiar sus caras. Se trata de cambiar a esa clase de personas.

Hay padres que tienen hijos que se deleitan, por ejemplo, en destrozar sistemáticamente el sofá. Los influenciados por la modernidad, que no quieren hacerse cargo de las cosas, cambian el sofá. Los mas antiguos y responsables, le ponen límites al nene. Los primeros, están fabricando un dirigente político según el actual concepto. Los segundos, están fabricando un ciudadano responsable.

Los servicios públicos, para que realmente sean públicos, debe prestarlos el estado. Y deben ser eficientes. Porque el estado somos nosotros. Y para administrarlo, debemos escoger a los mejores.



                                                                                

5.06.2011

LOS PELIGROS DE LA FE

Por Roberto Daniel León



A muchos años ya de mi casi involuntaria incursión en el mundo de la fe y las religiones, considero tiempo apropiado el presente para expresar mi pensamiento acerca de los peligros de la sinrazón. Por alguna razón- no sin importancia- Fe es el símbolo del hierro (Ferrum). Metal bruto, si los hay. No deseo continuar, sin antes decir que creo en el derecho de las personas de, por ejemplo, profesar la fe que le venga en gana. No obstante, también creo en la libertad. La que provee la razón, el conocimiento, el saber. Y creo en los límites de los derechos; frontera que se establece donde comienza el derecho del otro. Creo entonces, que tengo derecho a denunciar aquello que atente contra la razón y el conocimiento y por tanto contra la libertad; valor y condición que considero de excelencia en el hombre.

La fe es enemiga de la razón y el conocimiento. La fe es instrumento para la sumisión y la esclavitud. La fe detiene la búsqueda. Inmoviliza. Entorpece. La fe es pensamiento mágico. Y el pensamiento mágico pone afuera el hacer y la responsabilidad del individuo. Lo que se ha dado en llamar necesidad de creer en algo, es a mi criterio comodidad de despojarse de la responsabilidad de hacerse cargo. Las religiones en general, estimulan esta actitud autodestructiva en la sociedad. En lugar de decir hágase cargo, pague, remedie, restituya; dicen yo te absuelvo, en un alarde de irresponsabilidad que apesta. Un toque de confesión y vuelta a lo mismo. Sin enterarse o quizá sin importarles ni al absolvedor ni al absuelto, las graves consecuencias sociales de tamaña actitud.

Una cadena de engaños hace posible la consecución de enredos y entorpecimientos en el desarrollo del individuo. A esta altura no poca gente se pregunta cuántos cristianos habría si no existiera el infierno. Es que este cuco vino a reemplazar en las deliberadamente entenebrecidas mentes de la sociedad, el antiguo temor que supieron infligir por medio del hierro candente o cortante.

Es que, como se dice vulgarmente, el “circo” está bien armado. Si al creyente la cosa le sale bien, pues entonces es obra del “dios” a quien le haya rezado (cualquiera sea su nombre), el cual “demuestra” de esa manera su capacidad de “hacer milagros”; ergo su “existencia”, a la vez que “premia” la fe del desprevenido creyente. Si la cosa le sale mal, en cambio, los “intérpretes de la fe” le explicarán que como ese dios es soberano -o más o menos poderoso- no siempre responderá a sus deseos porque sabe realmente que es lo que más le conviene (al creyente). “Ah...! Qué vivo...!” diría con fina lógica cualquier niño aún no contaminado. Es que así siempre cierra. Bastante forzado, claro está. Porque si ese dios va a hacer de todos modos lo que le parece, que sentido tiene rezarle y confiar en él? Ah... casi lo olvido: el peligro de ir al infierno. Cierto es que la fe incorpora la “virtud” de la resignación. Millones de “resignados – sometidos – conformistas – esclavizados” contribuyen a sostener las cosas tal y como están, impidiendo cualquier cambio que mejore las condiciones de vida en el mundo.

Sin dudas los líderes religiosos (tanto como los líderes políticos) usufructúan en su propio beneficio una tendencia muy humana de estos días, como es la de “zafar” y poner el esfuerzo y la responsabilidad en otros. “¡Ganamos!” dicen los hinchas de fútbol, cuando en realidad ellos no jugaron. “San Cayetano me va a conseguir trabajo” dicen muchos, después de haber votado al que les destruyó las fuentes de trabajo (individuo generalmente perverso, al que seguirán votando sin enterarse jamás que San Cayetano no tiene nada que ver, especialmente desde que falleció). Y los intérpretes de la fe, falaces ellos, continúan alentando cínicamente el sometimiento de las gentes al pensamiento mágico que los esclaviza y entorpece. Y anatemizando toda voz que pretenda llamar a la cordura. Y haciéndose cómplices del poder político y económico con el que comparten y se sostienen en sus estructuras. 




4.23.2011

EL SÍNDROME DE MICHAEL JACKSON


Por Roberto Daniel León



Si uno es negro (que como ya sabemos a estas alturas, no tiene nada de malo), pero quiere parecer blanco (que como también sabemos, no es ninguna virtud), lo mas probable es que se vea gris, es decir, ni chicha ni limonada; excepto claro una gran confusión de pigmentos y un cierto desagradable malestar.

Carmen de Areco es un pueblo y eso está bueno. Tiene sus ventajas comparativas muy interesantes. Sin embargo, hay un cierto cholulaje que pretende sea una ciudad (que no es ninguna virtud en sí misma) y, al faltar casi todo lo necesario para que lo sea, hacen de todo para que parezca ser. Obviamente todo lo que parece pero no es, aporta una desagradable frustración, además de molestar lisa y llanamente. El empecinamiento de esta posición hace que, por ejemplo, se instalen semáforos en la vía pública y que tal cosa se haga primero –sospechosamente- en el lugar “paquete” del pueblo, o sea la Avenida Mitre, que si bien no hacen falta en ningún lado, ahí menos que menos excepto –insisto- para aparentar. Claro que para llegar ahí e intentar justificar el hecho, primero es menester inventar un problema: ¡El problema de tránsito!

Cualquiera que haya viajado aunque más no sea a Buenos Aires, sabe lo que es realmente un problema de tránsito y cualquiera que no haya sucumbido a la hipnosis, después de estar detenido –solo- frente a una luz roja mientras por la otra calle no circula nadie, puede comprobar que no hay tal problema; y cualquiera que tenga un poco de memoria, sabe que esas esquinas no están manchadas de sangre. No obstante, este “problema” ficticio sirve también para justificar –con dudoso éxito- la existencia de la Dirección de Tránsito; una dirección que reclama a los conductores una eficiencia que ella misma no posee, porque a la fecha ha sido incapaz de construir, por lo menos, una estadística de accidentología en la vía pública con un análisis fehaciente de sus causas, así como es incapaz también para evaluar la calidad y habilidad de los aspirantes a licencia para conducir (mientras pagues dale que va), con lo cual su ineficiencia sube un peldaño y se convierte en cómplice al contribuir (con ese criterio) a sumar accidentes. 

Esto es así, en parte, por el carácter mesiánico de quien dirige el área que, sin haber realizado ni registrado un profundo estudio de las causalidades contemplando todos los aspectos del contexto, la emprende como obsesión personal contra un sector particular de la sociedad que parece haberle hecho mucho daño cuando era niño. En la calle y con pose napoleónica, emprende una cacería literal contra todo motociclista en movimiento, desechando cualquier posibilidad de prevención y recurriendo como única opción a la represión, es decir, actuando solamente sobre hechos consumados y para colmo con criterio sumamente torpe e injusto. La inmensa cantidad de leyes dejadas de lado en pos de solo una (y de las mas discutibles), indica claramente que se trata de una persecución clara y sin atenuantes, no exenta de condena para cualquier magistrado que de verdad quiera ser justo. Y hablando de niños, esta historia se parece mucho –de nuevo sospechosamente- a la época en que nos inventábamos un enemigo imaginario y jugábamos a los héroes y los villanos. Los héroes, para ser reconocidos como tales, deben estar en inferioridad de condiciones (numérica o de poder) y los villanos tienen que ser muchos. 

Por alguna razón que no alcanzo a comprender del todo, esto me recuerda mucho a los hombres de azul y a mí mismo en el papel de villano, aunque tengo el consuelo de, por una vez, pertenecer a la mayoría; teniendo en cuenta no obstante que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Es imprescindible no haberse enterado de nada para sacralizar las leyes y convertirse en legalista acérrimo, porque cualquiera que haya llegado a la adultez sabe que las mismas no son sagradas, que no siempre son justas, que muchas veces responden a intereses particulares de un sector, que pueden ser compradas, que pueden ser discutidas, modificadas, anuladas, etc. y que así como a lo largo de nuestra historia se han cometido crímenes aberrantes en nombre de Dios, también se cometen infames injusticias en nombre de la ley. Ocurre, claro, que los legalistas suelen serlo y con mayor saña, cuando están en posición de administrarle la ley a otros, pero su obsesión tambalea cuando deben someterse a algunas y suele ocurrir que corren en busca de un abogado, no para que se haga justicia, sino para tratar de “zafar” de ella. 

Para mayor ilustración, valga a modo de ejemplo de legalismo la siguiente situación imaginaria: El señor “A” está cocinando, siguiendo las indicaciones de una receta de cocina de Doña Petrona. Mientras lo hace, va recitando el procedimiento: 

-Tres cucharaditas de sal...
 Ahí su esposa lo interrumpe y le advierte:
 -Ponele solo una, acordate que vienen a cenar “B” y “C” que son hipertensos...
El señor “A” con fastidio responde:
- La receta dice tres y serán tres. Después la comida no sale bien por no seguir las instrucciones al pié de la letra!

Y así... solo siguiendo instrucciones, sin inteligencia y criterio propios, sin escuchar y menospreciando otros criterios, se avecina mas daño que beneficio. Es que el legalista adopta la posición cómoda de la obediencia debida (juega a ser un buen niño), desde donde la responsabilidad es trasladada a otro (el que da las órdenes por un lado, y los que se niegan a obedecerla por otro) mientras que el, aún niño, no es responsable de nada. El es bueno, los otros son malos y los que ordenan saben lo que hacen y deben ser obedecidos y que mejor que sea el quien los represente, porque ahí también está su mísera cuota de poder. Sin embargo, queda una trinchera inviolable: nadie tiene sobre mi, un poder que yo no le haya otorgado.

Planteada la idea de que el problema de tránsito no existe en nuestro medio, cabe entonces abordar otra mirada posible sobre el asunto: existen accidentes en la vía pública, pero la gran mayoría de ellos responden a otras variables que no son las enunciadas por el área oficial, que con su prédica constante logró que la comunidad confiada en la autoridad intelectual -que deberían tener- creyó como verdaderas sin someter a análisis. Una de las causas de accidente es la actitud de falta de respeto y consideración por el otro (no somos cordiales por naturaleza), y eso no se remedia usando casco; la otra causa notable es la impericia o torpeza para conducir, y eso no se remedia ni conociendo ni respetando las leyes. Reflejos, capacidad resolutiva en situaciones imprevistas y complejas, control del contexto, etc. no son condiciones que provea el seguro, ni el carnet, ni el casco, ni la línea amarilla, ni el semáforo, ni las multas. 

La educación, la capacitación, la revalorización del otro, el aprendizaje, etc. son las áreas donde se debería trabajar, si de verdad se pretende reducir la accidentología, aunque la actitud parece indicar que el fin es la mera recaudación. Y las leyes deben tener vedado cualquier tipo de avance sobre la libertad individual. Deben poner borde –para que la vida en sociedad sea posible- a aquellas acciones donde lo que se arriesga es la vida de terceros. Lo otro es solo capricho o negocio. O ambos.



4.04.2011

¡CON “A”!

Por Roberto Daniel León




Andá a trabajar, haragán...! El presente mandato tiene sus orígenes en la cultura Judeo-Cristiana, según testimonia el mismísimo libro primero de la Biblia.

Dice en el Génesis que cuando Jehová echó a patadas del paraíso a Adán y Eva -por poco confiables en eso de los mandatos- los castigó con males que hasta ese momento no conocían: Con dolor parirás tus hijos (a ella) y ganarás el pan con el sudor de tu frente (a él). Con el tiempo, la necesidad de que el sistema funcione y la complicidad de los religiosos, lo que en principio era un castigo fue tornando a color rosa con aggiornamientos varios hasta convertirse en un derecho humano. Es decir: todos tenemos derecho a ser castigados. Pero, tratándose de la raza humana, la cosa no podía acabar en tan solo una contradicción: generaciones enteras creen que ese “derecho” es una obligación y es tal la fuerza del mandato, que se equipara a la intensidad del trabajo que realiza alguien con su calidad de persona; de modo que se escucha a menudo el elogio es muy trabajador-a, muy buena persona. 


Parecería -en esta era donde la confusión es la gran ramera babilónica del apocalíptico anuncio- que trabajar mucho tendría un efecto casi mágico en la construcción de una persona, así como en menor escala pero casi tan popular sería el efecto de la actividad física para la salud psíquica, que se promueve generalmente en práctica de deportes como panacea antiadicciones, entre otras virtudes, que casi dejan sin trabajo a psicólogos y psiquiatras.

Esta valoración abstracta del trabajo, pegando el concepto a la dignidad, la libertad, el desarrollo y varios etcéteras con formato de slogan, contribuyen a instalar con cepo y grilletes que eso no se discute. Cualquiera que ose cuestionar estas valoraciones, sufrirá el aislamiento social y quedará sellado con la nada honrosa denominación de haragán.

Lo cierto es que los únicos realmente beneficiados por el trabajo, son los dueños de las riquezas, no los trabajadores. Recuérdese que los primeros no están sometidos al mandato: ellos tienen mucho dinero y no necesitan trabajar para vivir y a nadie se le ocurre decirle haragán a un rico. Los que tienen que trabajar, popularmente asumido, son los pobres. Cuando no lo hacen, ellos si son considerados haraganes, tanto por los que se beneficiarían con su trabajo, como por sus pares que, mayoritariamente, creyeron el cuento y se desloman para no ser víctimas de la despiadada crítica a que, de no hacerlo, serían sometidos por las otras víctimas que hacen de policías del sistema.

Tan a la vista que no se ve, está la experiencia concreta de millones de trabajadores que de ninguna manera alcanzan a saborear las míticas mieles –tan siquiera- del alto poder adquisitivo y que van como burros tras la zanahoria (o la sofisticada imagen de ella), por la que –a fuerza de no alcanzar- suele ocurrir que comiencen a perder interés. Para el caso que ello ocurra, los previsores ideólogos se reservan a modo de azote, el acicate de las deudas. Obligados a procurarse su propio garrote para poder “ser”; deben, luego existen. “...están condenados al insomnio por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar”. (Patas Arriba, de Eduardo Galeano).

Después de más de 40 años de deslomarse al sol o al frío, realizando duras tareas y obedeciendo fiel y respetuosamente las órdenes, siempre pobre y luego jubilado con la mínima, concluyó mi padre en una sobremesa: ...el trabajador gana lo suficiente para volver a trabajar al otro día...

Aún espero con ansias que alguien me explique, razonablemente, la diferencia entre esto y la esclavitud; tanto como espero poder entender alguna vez cuanta justicia hay en eso de que los pobres, como si tal condición fuese poca desventaja, tienen que ser además: trabajadores, creyentes, honestos, limpitos, educados, respetuosos, abstemios, sumisos y, preferentemente, negros.




3.10.2010

DOS CENTURIAS

Por Juan José Oppizzi
Sus Artículos en ADN CreadoreS



En nuestro breve camino por lo que llamamos Vida le damos una gran importancia al conjunto que forman dos cientos de años. Sabiendo de los tiempos y las distancias cósmicos, eso no debería predisponernos al asombro; más bien, arrancarnos una sonrisa. Pero como usamos de referencia nuestra duración media sobre la tierra, y la noción de tiempo nos pertenece con exclusividad a los humanos (al menos en este globo), somos dueños de evaluar aquel tamaño según las pautas que responden a ese esquema. Así, hoy podemos estar absortos en la efemérides argentina en términos de lejanía.

Ya se encargaron algunos historiadores de eliminar aquella figura de un cabildo bajo la lluvia, rodeado por una multitud que se cubría con paraguas, en el 25 de Mayo de 1810. Hoy tenemos asumido que es difícil comprobar si llovía o no, que es al menos dudosa la existencia de esos paraguas y que las personas reunidas junto al pequeño edificio tal vez no eran más que algunas decenas. Dejo en manos de los especialistas en anécdotas la medición cuantitativa de los hechos. Lo que verdaderamente importa es la medición cualitativa. El transcurso de los doscientos años demostró en variadas ocasiones que la masividad no va siempre unida a la verdad, y que la repercusión pública de los acontecimientos a menudo traiciona la auténtica índole de éstos. 





La Revolución de Mayo fue protagonizada por hombres de carne y hueso, en los que anidaba el raudal de pasiones que rige las vidas de todos quienes compartimos esa estructura biológica. Tomarla como algo definitivo, totalizador y perfecto es alimentar una mitología que no ayuda a comprender la Historia. Igualmente errado es limitarla a las intrigas de astutos comerciantes o de políticos ambiciosos. Yo prefiero estudiarla como el principio –el principio– de la fundación del país. Y aquí descerrajo la pregunta que me obliga a replantearme continuamente lo que muchas veces aparenta ser obvio: ¿Un país se funda en un solo acto o lo integran los actos sucesivos de sus pobladores? Me formé culturalmente en la idea que encierra la primera parte de la pregunta; me educaron escolarmente en el concepto de que la República Argentina nació y quedó hecha para siempre entre el 25 de Mayo de 1810 y el 9 de Julio de 1816. Me dijeron que en ese histórico lapso hubo un grupo de seres superiores, metálicos (viéramos, si no, las estatuas de San Martín, de Belgrano, de Moreno), que siempre hablaban y pensaban cosas importantes y aleccionadoras.

De los dos siglos transcurridos, sólo cuarenta años fueron empleados en revisar la interpretación de la historia que reinó en los anteriores ciento sesenta. Surgió el revisionismo (que al principio fue una mera –y no siempre justa– inversión de los santificados y los demonizados por el discurso imperante); se descubrieron ángulos ocultos de los próceres; se ventilaron aspectos reales (y ficticios) de muchos pasajes históricos; se llegó al análisis morboso (en oportunidades, lleno de fantasías) de muchas vidas; se transitó, en fin, el caótico debate que, mal que mal, permite hoy tener una visión más humana de nuestra propia senda humana. Pero lo que rescato de ese ir y venir de opiniones, tan agotador a veces, es la conciencia de algo inadvertido por el calor de los argumentos: que el país está siempre en estado de fundación. Cada minuto que pasa nos coloca en la instancia de comenzar algo que incida en todo el conjunto social. Desde los ideales más elevados hasta las peores maquinaciones, la posibilidad tiene manivelas infinitas. Por supuesto, ante esa realidad ambigua no podemos esquivar la conclusión de que el país está, asimismo, siempre en estado de demolición. Las diferentes mentalidades que prevalecieron en tantos años han efectuado demoliciones y fundaciones alternativas. La sociedad de 1810 no fue igual que la de 1910 y ninguna de ambas fue igual a la que hoy vivimos. Tampoco es cierto –para desorientación de los pesimistas modernos– que en 1810 o en 1910 haya existido un clima de esperanza mayor que el que puede haber en 2010. Quizá en 1810 había muchas menos razones para abrigarla que en 1910 y en los días presentes. No es pura coincidencia el hecho de que los principales actores de la Revolución de Mayo hayan muerto jóvenes (Moreno, Castelli, French, Belgrano) y que su pasaje al bronce haya tenido gusto a reivindicación culposa, ni es casual que San Martín haya acabado sus días en un ostracismo lleno de calumnias.

Cuando miro a vuelo de pájaro la totalidad argentina de los dos siglos, me siento como frente a un precipicio. Hay de todo allí: en 1813 se quemaron en la Plaza Mayor los instrumentos de tortura virreinales; cien años después retornaron en versiones modernas y la pirámide construida para recordar aquella loable fogata vio un día de 1977 una ronda de madres desafiar a otros inconmensurables torturadores; desde 1863 nuestro país se llama República Argentina, pero recién a partir de 1912 se estableció el sufragio libre y secreto, base de cualquier noción republicana; el sufragio ahí se llamó también universal, aunque las mujeres pudieron votar en 1951; desde 1853 existe una Constitución Nacional, fruto de ríos de sangre, sacrificios extremos, esfuerzos increíbles; la mayor parte del siglo veinte ella fue un papel muerto bajo diferentes suelas de botas; un funcionario gubernamental, Domingo Cavallo, una vez mandó a lavar los platos a los científicos; un tribuno parlamentario, De la Torre, fue capaz de enfrentar él solo a todo un gobierno corrupto; un general borracho, Galtieri, para que su gobierno en ruinas durara más, envió a pelear contra un imperio bien armado a conscriptos veinteañeros casi desnudos y con fusiles que no disparaban; un abogado que tuvo que hacer de general, Belgrano, despellejado por las cabalgatas y abatido por la hidropesía, batió dos veces (y con él mismo en el campo de batalla) a un ejército profesional que lo doblaba en número; un médico, Favaloro, harto de pedir inútilmente ayuda para la fundación que le permitía asistir –y salvar– a miles de enfermos, se suicidó...

Y ahí está ella, la República Argentina, aguardando ser fundada muchas veces más y temiendo ser demolida también otras muchas veces. Y ahí están, ante nosotros, los siglos venideros como páginas en blanco, con sus misteriosos, inimaginables desafíos, con sus hombres del futuro que aún no son, con sus hechos aún no acaecidos. Y aquí estamos nosotros, los que formamos el país, porque un país no es un ente abstracto, separado de las vidas que lo pueblan; nosotros somos el país y, según la división que nosotros mismos hemos hecho del tiempo, tenemos un pasado que debe servirnos de lección, un presente que debe servirnos para la acción y un futuro que debe servirnos para la proyección.


Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

2.09.2009

OH…! BAMA!


Por Roberto Daniel León



Días plagados de imágenes y comentarios masivos se suceden sin misericordia, rondando la escena de la victoria electoral de Barak Obama en Estados Unidos, y su casi paradójica llegada a la Casa Blanca. En algún sentido –aparte del tecnológico- pareciera que la humanidad a avanzado, exceptuando a los comunicadores sociales masivos que, aferrados a un cliché, no parecen poder pensar mas allá de lo establecido.


En efecto, no cesan de mencionar el extraordinario “desarrollo” de la “raza negra”, en función de la “igualdad” con los “blancos”, entre otras sandeces con que apabullan a los tele videntes, oyentes o lectores que, desprevenidos y desinformados, adhieren sin reservas a lo dicho a borbotones en los multi medios que hicieron un show de la vida y la muerte, donde lo que importa es llenar espacios mientras se suceden las imágenes y los conductores deben decir algo, lo que sea, para que no haya silencios. Ellos tienen establecido que una sucesión fortuita de acontecimientos positivos debe llamarse milagro y que, en cambio, la misma sucesión fortuita de acontecimientos, pero en sentido negativo, debe llamarse desgracia, tragedia, etc. Y ahí están.


Lejos de este berenjenal, con las desventajas propias del desierto, avanzan quienes piensan en la raza humana. Son quienes aprendieron que algunas diferencias fisonómicas no establecen una raza, que la humanidad se inició en ese lugar de la tierra que hoy conocemos como Africa, que las concepciones y acciones de los seres humanos están condicionadas por su cultura y lo que cada uno pueda hacer con ello, no por sus genes ni, mucho menos, por el color de su piel. Insisten sin embargo, los de más acá, en instalar cierta sensación de que Obama, por el solo hecho de ser negro, podría ser diferente (léase mejor) en su calidad humana, que muchos de sus predecesores en el gobierno de los EE.UU. y su apéndice, el mundo. La pregunta es: ¿En qué cultura armó Obama su estructura psíquica, es decir su persona? ¿Piensa como hindú, como sioux, como araucano?


Cuando Néstor Kirchner llegó a la otra casa, la Rosada, parodiando símbolos de una cultura originaria durante la entrega del bastón de mando, se podía pensar que se trataba de algo –alguien-, diferente. Sin embargo, este señor no hizo su persona en esa cultura; la hizo en una cultura política y social muy diferente: en un movimiento llamado peronismo. Precisamente, que se trate de un movimiento, impide que sea referencial, dado que se torna inasible. Esa sola característica, para no abundar, no lo hace confiable: si hoy lo busca donde estaba ayer, ya no lo encontrará.


Obama no podrá, salvo que haya crecido, ser diferente a lo adquirido en su cultura que, permítanme recordarlo, no es la de ninguna ancestral tribu de Kenia.


¿Por qué llega un negro a presidente de una nación que después de esclavizarlos los persiguió y segregó durante muchísimos años? ¿Porque el pueblo estadounidense creció, o porque Barak ya no es negro?



 Diagramación & DG: Andrés Gustavo Fernández

1.21.2009

IGLESIA UNIVERSAL



Por Roberto Daniel León



Carmen de Areco, 21 de Enero de 2009


Pastor Matías, 
de mi consideración: 

Acabo de recibir de parte de un familiar su impersonal invitación, la cual quiero agradecer, a fin de no herir gratuitamente la –seguramente buena- intención de quien me la entrega, ni de quien la envía.

No obstante, por respeto a mis propias convicciones, quiero poner en su conocimiento que no soy creyente. Pasé por ello alguna vez y no deseo regresar, de modo que aceptar su invitación sería retroceder, respecto a lo avanzado hasta aquí. Podrá reparar Ud. seguramente, que utilizo con propiedad la palabra avanzado.

Aunque esta declaración escandalice las mentes de los astutamente atemorizados creyentes, a mi no me interesa someterme a la voluntad de ningún dios, sea real o imaginario, y menos que menos cuando se trata del dios de la Biblia, munido de una conducta y una perversión tal, que pone en evidencia su origen humano. Creado y sostenido por hombres incapaces de hacerse cargo de su propia responsabilidad y deseosos de contar con algo donde poner afuera sus miserias y temores, en vez de hacerlas pasar por sí mismo, lo cual redundaría en crecimiento. 

No me interesa tampoco una fe que entrega “verdades” reveladas en bandeja de plata, que no deja lugar para la duda y que por lo tanto detiene la búsqueda. Yo me aventuro por mis propios caminos y, lo descubierto hasta ahora, no deja de sorprenderme ni me ha decepcionado. Acepté hacerme cargo de las consecuencias y logré crecer, aunque no conforme a vuestro criterio seguramente. Sin embargo, aunque los creyentes no lo crean (por cuanto les han enseñado que no puede ser), soy feliz. No ha sido gratis, el proceso –que aún continúa- tiene un precio que, le confieso, bien vale la pena. El dinero ha dejado de ser lo más importante para mí, por lo que su escasez no me angustia, así que por ese lado, el anzuelo no tiene carnada. Los problemas familiares, he logrado resolverlos en tanto me ha interesado hacerlo, cuando he considerado que merecía la pena. He amado y he sido amado. En algunos casos resultó muy doloroso y de ahí también aprendí. Pude conservar y priorizar los recuerdos felices y disfrutarlo, así que en realidad los llamados problemas sentimentales, no son tales. Soy afortunado también, porque no tengo enfermedades; y no las tengo, particularmente, desde que sané mi cabeza. No necesito estar a salvo, porque así cualquiera se siente bien. El gran desafío es sentirse bien y obrar bien, aún en medio de la inseguridad. Por elección personal. Quizá pueda reconocerme usted el mérito de ser feliz, aún cuando se que no hay vida después de esta.

Por último, debe saber usted que no necesito de la obligación ni de la transformación impuesta por ningún dios, para decidir amar a mis semejantes, lo suficiente como para no matar aún a quienes se lo merecen. Le aseguro que es mucho más de lo que algunos reconocidos cristianos han hecho. Si usted es de verdad un creyente, todo esto será en vano, por cuanto ya le habrán advertido que mis palabras son herramienta del diablo, el cual habla por mí. Es uno de los reaseguros para mantener cautivo al creyente. Si, en cambio, usted es simplemente un engañador profesional que vive del cuento religioso, entonces al menos sabrá que no puede contar conmigo.

Roberto Daniel León


Portada: Pachakamakin
Diagramación & DG: Pachakamakin


5.12.2008

COPROFAGIA

Por Roberto Daniel León


Darse el gusto es una decisión respetable y hasta admirable, en el ámbito de la vida privada, donde el protagonista es el único afectado. Cada quien puede decidir si deja de comer para adquirir un plasma o si vende el televisor para poder comprar un reproductor de discos de video. No obstante, cuando la decisión involucra a muchos, es justo que se recurra al consenso y se consideren los valores y las necesidades de los otros. 

En este sistema socio político, donde los golpes de efecto son recursos para la consolidación de un poder que no contempla estas condiciones, y que tiene como fin evidente la satisfacción personal, es frecuente encontrar que con la excusa de pertenecer a la “modernidad” se anuncien vuelos a la estratosfera, o se concreten proyectos de construcción de un “tren bala”, cuando millones tienen sus necesidades básicas insatisfechas, cuando el transporte público es lamentable y costoso y las rutas abarrotadas de tránsito son escenario frecuente de tragedias horrorosas. Estas opciones solo son posibles cuando el otro y el Otro han perdido valor en nuestra concepción ética y lo son también con el concurso y la complicidad de muchos, incluidos las víctimas.

No se trata solo de suponer que con el costo del “tren bala” podría alcanzar para reactivar mas de una línea ferroviaria con sus consecuentes beneficios, sino que mas allá de esto yace uno de los nefastos conceptos del capitalismo conocido como neoliberalismo: toda crisis es una oportunidad de negocios, al cual refiere con admirable agudeza la periodista canadiense Naomi Klein. Esta sentencia que con circunspecto aire de sabiduría esgrimen los ejecutivos modernos y muchos pobres aspirantes a tan alto honor, es uno de los tantos eufemismos con que la cultura de la apariencia (packaging) presenta una vieja actitud de desprecio a las personas, a la solidaridad y a la construcción en conjunto. Tiene como resultado la injusticia social, el agrandamiento de la brecha entre ricos y pobres, la violencia y la agresión mutua, siempre entre los damnificados. Es decir, pobres contra pobres.

Toda crisis es una oportunidad de negocios significa, en buen romance, aprovecharse de las necesidades de los demás. No está instalada solamente en los altos círculos del poder económico, sino que se plasma en la calle, en el hombre común. Cuando escuchamos “…encontré a uno que quiere vender su lavadora automática en cien pesos, pero está ahorcado; seguro que si le ofrecés cincuenta te la vende igual” estamos en presencia de toda crisis es una oportunidad de negocios.

En esta modalidad de ejecución, lo que se ejecuta en realidad es toda posibilidad de desarrollo humano, aunque haya ministerios que ostenten este nombre.

Así como la espada y la cruz se convirtieron en símbolo de la conquista de América por parte de un país, los espejitos y vidrios de colores son el símbolo del engaño con que ahora –no un país, sino un poder sin fronteras- se lanza a la conquista de la humanidad. El terreno ya fue preparado para esta conquista y consistió en sustituir –en principio- a la palabra por la imagen. El mundo en imágenes, es un modelo terminado que no requiere elaboración. La palabra en cambio, requiere del pensamiento. Crea y construye. Modifica y perfecciona. Libera a la vez que relaciona.

Sin embargo, por influencia o por azar, se ha desplazado de la escena y lo que se ve, que aparentemente nos conecta, es justamente lo que nos separa y nos destruye: (“tiene cara de delincuente”, “ojos de bueno”, etc). La televisión nos muestra en un paneo los fervorosos aplausos de la tribuna, pero las cámaras omiten hábilmente mostrar al asistente que levanta, en el momento apropiado, la pancarta que indica aplaudir. La imagen, es decir lo que vemos, es insuficiente y limitado; deja afuera contenidos esenciales, embrutece, distorsiona y detiene. Es posible que cuando el viejo dios bíblico prohibía a los hebreos tener imágenes, supiera de qué hablaba. Se hubiesen detenido, precisamente, en la imagen.

Los eufemismos son envoltorios. Imágenes que encubren las palabras. En la sentencia eufemística referida anteriormente, ostentada por exitosos hombres de negocios de la actualidad, no deberíamos perder de vista la condición de los componentes de la ecuación: los negocios siempre son de ellos y la crisis siempre es nuestra. La oportunidad sería la falaz disyuntiva de en que lado estar. Solo que la oportunidad no es de todos y a la hora de elegir, si fuera posible, estar del lado del negocio significaría practicarle un agujero mas al barco en el que vamos todos; solo que la tarea se llevaría a cabo, eso sí, en un ambiente climatizado. 




5.08.2008

DIOS APRIETA, PERO NO AHORCA

Por Roberto Daniel León







-No le conviene... -recuerdo que pensé un día de estos en que escuché la frase, cuando caí en la cuenta de que dios es capitalista, como los cuernos. Su sentido de la propiedad, pilar del capitalismo, le permite darse el lujo de apretar, un poco por el placer de ostentar poder y mucho por mantener las ganancias que otorga la sumisión de la servidumbre. Y no ahorca porque –no hay que ser demasiado inteligente- se quedaría sin servidumbre. Más o menos así funciona el sistema. 

Usted trabaja en una mina y recibe azotes todos los días. De pronto, una vez cada tanto, ocurre que los miércoles no lo azotan. Todos los demás días siguen igual, pero los miércoles usted cree que el amo es bueno. 

El gobierno de turno -capataz de la finca cuyo dueño es el poder económico- es el jinete; y usted, Juan Pueblo, es el caballo. El jinete, fiel servidor, acostumbra cabalgar con las riendas bien cortas; pero con el tiempo eso produce mucho dolor de boca al noble bruto y se encabrita un poco. Entonces, para no correr riesgos de ser derribado, el jinete afloja un poco las riendas. 

Cualquiera con un poco de sensibilidad por la justicia y que espera finales felices en los cuentos, podría pensar que ese es el momento en que el caballo redobla su furia y da por tierra con el jinete. 

Sin embargo, el caballo se tranquiliza y continúa al trotecito por la vida, pensando que bueno es el jinete y repitiendo para sus adentros, como una letanía, la frase acuñada por la “sabiduría” de sus ancestros: ...dios aprieta, pero no ahorca. 

Cada tanto cambia el jinete, que puede llamarse Jorge, Raúl, Carlos, Fernando, Eduardo, Néstor o Cristina; pero el caballo, siempre es Juan Pueblo. 

¿Nunca fantasearán los equinos con un cambio de roles? Dicen que algunas veces lo hacen, pero que cuando eran potrillos les enseñaron que el cambio de roles se llamaba subversión y que eso era malo. Claro que nunca les dijeron malo para quien, pero eso es otra historia. Dicen también que los caballos ven todo gris. 

¿Será por eso que no les llamará la atención que los medios de comunicación denominen “justicia” al sistema legal? ¿O que los presos sean todos pobres? ¿O que el asesinato de una mujer es tapa de diarios solo si vive en un barrio cerrado? 

¿O que el dinero se lo llevan siempre los mismos, tanto en períodos de rienda corta como de rienda larga? ¿Que su única ganancia es que le duele menos la boca y puede mascar el freno con mas comodidad? 

Si... ya sé que tienen poca memoria, y que la poca que tienen la usan para volver a la querencia, al trotecito, nomás... a la propiedad del patrón, que hay que trabajar. Para él.

Y que de recién nacido, con sus patas flacas y temblorosas ya le enseñaron la resignación y otras “virtudes”, que son como pasajes de primera clase para el Transporte al más Allá SA, Mortadela Tour y otras. 

Triste destino, los caballos argentinos...



Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin
Portada: Lukas Kândle